Hacia rutas salvajes (Into the wild), Sean Penn. EEUU, 2007.
De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu, dice Zaratustra. ¿Y qué es escribir con la sangre sino vivir? ¿Qué tipo de escritura es ésa? He aprendido a andar: desde entonces me dedico a correr. He aprendido a volar: desde entonces no quiero ser empujado para moverme de un sitio. Ahora soy ligero, ahora vuelo, ahora me veo a mí mismo por debajo de mí, ahora un dios baila por medio de mí, continúa Nietzsche en la voz de Zaratustra. ¿Es tal vez una escritura que empuja a viajar? ¿Qué tipo de viaje hay que emprender para que un dios baile a través nuestro? ¿Será necesario introducirse en caminos salvajes, recorrer el desierto, enfrentarse al espejo de la naturaleza que no deja de mostrarnos nuestra propia violencia para encontrarnos con con nosotrxs mismxs? Into the Wild, también conocida como Hacia rutas salvajes, Camino salvaje o como Aventura en Alaska, es una película estadounidense con guion y dirección de Sean Penn del año 2007 y está basada en el libro homónimo de Jon Krakauer escrito en 1996. Cuenta con un elenco notable: Emile Hirsch como Christopher «Alexander Supertramp» McCandless, Marcia Gay Harden como Billie McCandless, William Hurt como Walt McCandless, Jena Malone como Carine McCandless, Catherine Keener como Jan Burres, Vince Vaughn como Wayne Westerberg, Kristen Stewart como Tracy Tatro, Hal Holbrook como Ron Franz.
El film dirigido por Penn cuenta la historia de Christopher McCandless, un joven norteamericano que en 1990, tras terminar sus estudios universitarios decide emprender un viaje huyendo de todo aquello de lo que reniega. La familia y la sociedad en la que vive son cuestionadas por Christopher, quien está obsesionado con llegar a Alaska. Durante dos años andará por la tierra sin nada más que un escaso equipaje y los libros de sus autores preferidos: Tolstoi, Jack London, Thoreau, intentando ser un viajero de lo estético y hacer del camino un hogar, perdiéndose en la salvaje naturaleza, alejándose de la civilización que tanto dolor le ha causado en su hipocresía y violencia. La narración se estructura en capítulos en los que se establece un paralelismo en la vida de un ser humano y el viaje que emprende. Así, en la adolescencia veremos la rebeldía y la aventura hacia lo desconocido que se idealiza pleno de libertad; con la madurez encontraremos a un joven que entiende que para vivir, incluso en soledad, es necesaria la organización del tiempo y de los materiales y la planificación para concretar esa vida; luego el encuentro con la familia, la elegida, la que ha hecho en el camino, huyendo de aquella que no puede perdonar; y en la vejez de su juventud, la obtención de sabiduría, aquella que sólo se obtiene andando, escribiendo la propia vida, sabiendo que esa escritura tiene un final. “Si quieres algo estira los brazos y tómalo” le dice Chris a la adolescente que se enamora de él antes de despedirse de ella, para siempre. Chris no sólo lo toma, lo exprime, lo lleva al límite: obtener algo puede costar la propia vida. Pero él se inventa un camino y un nombre: Alexander Supertramp, otro de los modos de deshacerse de la herencia social. Nombrarse a sí mismo como para elegirse a sí mismo, ¿para ser dios? ¿Es posible ser dios para un ser humano? ¿Es posible soportar tanta soledad? Hay una verdad que se le revela en la lectura de los libros que ama, mientras escribe su diario. Hay una verdad que busca y que llega en soledad: la felicidad –ese destello– cuando ocurre, necesita ser compartida. Una verdad que escribirá con su propia sangre.
En el camino (On the road), Walter Salles. EEUU, 2012.
Encuentros, desencuentros y caminos para encontrarse es lo que relata la película de Walter Salles siguiendo la linealidad del libro de Jack Kerouac, “En el camino”. Son los años de rutas por Estados Unidos y finalmente México que comparten Sal Paradise y Dean Moriarty, entre otros personajes que se cruzan y se encuentran entre jazz, drogas de todo tipo, sexo y caminos. No hay un lugar al que se dirigen porque “En el camino” es el relato de la búsqueda, de la búsqueda espiritual por encontrar las respuestas, los saberes, las verdades que se han ocultado y que nos han traído a esta pseudorealidad negada por los personajes.
Personajes que formaron el movimiento beat estadounidense y que despotricaron contra todos los parásitos que se encontraron avanzando por su cuerpo. Sal Paradise es Jack Kerouac. Dean Moriarty es Neal Cassady. También están Allen Guinsberg (Carlo Marx) y William Burroughs (Old Bull Lee). Y sus novias, y sus padres, y los que fueron apareciendo en el camino. Entre escrituras y lecturas, Sal y Dean ven nacer, crecer y decaer su amistad basada en la admiración obnubilante, para finalmente perderse entre los senderos de sus vidas, no sin extrañarse.
“En el camino” de Salles es el relato de sus días, pero carece de las razones para contar ese relato de sus días que se pueden leer en el libro de Kerouac. Como manifestaciones artísticas, ya está claro que son dos elementos diferentes que bien pueden analizarse (y algunos hasta indican que es la única manera de hacerlo) autónomamente, pero si en algún momento la película se vuelve aburrida por la falta de predestinación, no es necesariamente porque los espectadores estamos acostumbrados a ese cine predestinado, sino porque faltan los motivos para tanto viaje. Y Kerouac se encarga de explicitarlos, de justificar sus pasos, porque no viaja sólo por viajar, viaja porque esa realidad que le han presentado no le pertenece, reniega de esa realidad y busca respuestas. Algunas de sus búsquedas son explicitadas en la película, como la experimentación con las drogas, la idealización de sus amistades que parecen saber todo de todo, el nomadismo imperante que niega al sedentarismo del sistema impuesto, la música y el alcohol. Esos elementos están presentes, pero no son los únicos.
La generación Beat, como muchos jóvenes estadounidenses de fines de la década del 40 y principios del 50, estaba “en medio de una crisis de identidad premonitoria de una depresión nerviosa para el conjunto de los Estados Unidos”, como indica Allen Guinsberg en 1976 al prologar “Yonqui” de Borroughs. Esa crisis que se extenderá hacia otros jóvenes, y otras masas y grupos y generaciones (que así les gustó llamarse) se extenderá hasta finales del 60, y de ahí nacería el hipismo, el rock, corrientes neofeministas, de liberación sexual, los movimientos estudiantiles, el mayo francés. Jóvenes de todas partes del mundo buscando su identidad.
La generación Beat creía en la búsqueda espiritual del viaje, no sólo por viajar, sino por descubrir en lo desconocido aquello que se ha ocultado, que se ha acallado. Por eso buscaban las raíces espirituales en los pueblos originarios, en sus tradiciones, en el uso de las drogas y la liberación sexual. Kerouac le hace decir a uno de sus personajes: “Lo que siempre me ha gustado, Sal, de los indios de las praderas era el modo en que siempre se mostraban embarazados al jactarse del número de cabelleras que habían cortado”. Lo sabían todo de los indios: leían, experimentaban, investigaban, y compartían cada una de estas prácticas. Esta búsqueda que no se muestra en la película es fundamental para reconocer el valor de esos viajes.
Por eso también viajan a México, y por eso México es tan importante para las búsquedas espirituales de los yanquis. Incluso en “Un mundo feliz” de Huxley, México es la tierra que no ha cortado a fondo con sus raíces. O lo era, al menos. Tal vez por contraste, en México no sólo hay más libertades o posibilidades para la experimentación, sino que el capitalismo imperante estadounidense parece no haber hecho mella del todo, y lo que se considera progreso todavía no está allí. El camino que Sal y Dean hacen en el libro de Jack Kerouac es un camino contra ese nervio que lo ha dominado todo, y que piensa sostenerse -y está armado para que así sea- sobre los hombros de esa juventud y de todas las que vendrán: “Esos hijoputas han inventado unos plásticos con los que podrían hacer casas que duraran para siempre (…) Y lo mismo la ropa. Pueden fabricar ropa que dure para siempre. Prefieren hacer productos baratos y así todo el mundo tiene que seguir trabajando y fichando y organizándose en siniestros sindicatos y andar dando tumbos mientras las grandes tajadas se las llevan en Washington y Moscú”. Nada de esto se dice en la película, y así las partidas desde Denver hacia todos lados son poco más que un viaje de jóvenes buscándose a sí mismos. Es más grueso que eso el rollo, se trata de un grito en el cielo, de un aullido enorme, como luego lo diría Guinsberg en ese poema que le grita a todo para empezar de cero.
Sin embargo, la película es una buena narración de unos meses en la ruta de Sal y Dean, hasta que finalmente se desencantan, uno más que el otro quizás, y les queda la experiencia de esos días y de todo lo que han vivido y se han dicho y han visto y sentido. La música de Santaolalla (que parece tener un gusto por las rutas, los páramos deshabitados y el campo) y la composición de la imagen (con predominio del sepia) registran cierta reminiscencia de las largas horas de desvelo del autor por contar aquello que estuvo buscando, ese relato que llamó “En el camino”.