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Los caprichos de Julie Delpy

Un espacio sin críticos, sólo libros, películas y música conectados así nomás, como toda cosa.

mes

junio 2014

28 de junio de 2014 – Programa 15

Parte 1:

Parte 2:


140628
Parte 1:
«Animismo» de Santiago Kovadloff en «La vida es siempre más o menos».

John Lennon – Beautiful Boy

Película: Little miss sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris)

Gustavo Cerati – Te llevo para que me lleves

Fragmento de «Matemos a las barbies» de Selva Almada en «Mal de muñecas».

Andrea Álvarez – Brindemos

Fragmento de “Y así sucesivamente» de Silvina Ocampo.

Flopa Manza Minimal – Los días por llegar
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Biopic: Stephen Daldry.

The Flaming Lips – The Yeah Yeah Yeah Song

In a world: películas que cumplen 20 años.

Crash Test Dummies – The Ballad of Peter Pumpkinhead
The Primitives – Crash
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Parte 2:
T. Rex – Children of the Revolution

Película: Billy Elliot (Stephen Daldry)

Fito Páez – Bailando hasta que se vaya la noche
Bersuit Vergarabat – Venganza de los muertos pobres

Fragmento de «Lo que me mueve» de Pina Bausch.

León Gieco – Hoy bailaré
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Fragmento de “Baile» de Wislawa Szymborska.

Catupecu Machu – Musas

Los caprichos de la semana: Agenda cultural.

Mick Jagger/David Bowie – Dancing in the street
David Bowie – Let’s Dance

Poema sin título de Susana Thénon

Luis Alberto Spinetta – Ella bailó

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Biopic: Stephen Daldry

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Stephen Daldry es un productor y director británico nacido en 1961 en Dorset, Inglaterra.
Trabajó en teatro durante muchos años hasta que en 1998 dirigió su primer cortometraje, “Eight”. Es conocido mundialmente por dirigir “Billy Elliot”, “Las horas”, “El lector” y “Tan fuerte y tan cerca”. Si bien su carrera cinematográfica no es tan prolífica, todos sus trabajos fueron galardonados en festivales internacionales y las actuaciones de estos films fueron reconocidas con premios Oscar, BAFTA y Globos de Oro.
Participaron de sus rodajes los guionistas David Hare y Lee Hall, y Nicole Kidman, Meryl Streep, Julianne Moore, Jamie Bell, Tom Hanks, Sandra Bullok y Kate Winslet formaron parte del elenco de sus obras.
Salvo “Billy Elliot” (que sirvió de base para una novela de Melvin Burgess), sus largos son adaptaciones y reimaginaciones de obras literarias. Stpehen Deldry le dijo a Cine Premiere con motivo del estreno de “Tan fuerte y tan cerca”: “Creo que todas las adaptaciones de libros plantean sus propios desafíos. Tenés que elegir en qué te vas a focalizar y qué historia vas a contar, e incluir al escritor en todas esas elecciones y asegurarse de que él esté de acuerdo. Al final, es una extraña mezcla del escritor original, el guionista y luego el director. Y lográs algo único y diferente a lo que conciben esas tres mentes”*.

 Entrevista a Stpehen Daldry de Cine Premiere. http://vimeo.com/37381137

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Little Miss Sunshine – Billy Elliot

Pequeña señorita Sunshine (Little miss sunshine), Jonathan Dayton y Valerie Faris. EEUU, 2006.
“Pequeña señorita Sunshine” es una colección de conquistas personales y de fracasos monumentales que no le importan a nadie. Por eso es tan entrañable. Si pudiéramos no sentirnos identificados con aunque sea uno de los momentos de la película o de sus personajes, probablemente podría perderse entre la pila enorme de producciones norteamericanas sobre familias y viajes infructuosos, pero está condenada a sobrevivir como estamos condenados a la vida. Así de mucho.
Los personajes son una anécdota. El padre insoportable y que no para de hablar del éxito que desconoce; el abuelo cocainómano y pronto a morir; el tío homosexual suicida; el hermano con mudez como voto de disciplina para ser piloto; la madre frustrada; la niña tratando de cumplir con las expectativas de todos, no ser una perdedora y convertirse en la Pequeña Señorita Sunshine, un subproducto de los concursos de belleza que le agregan 30 años a unas nenas que no paran de sonreír y de acomodarse sus diminutos trajes de baño. Si bien todo está mal con el concurso de belleza y con cada uno de los protagonistas, estos son un recurso propio de las narraciones para decir otras cosas, o no decir nada. Lo que suene mejor hasta que aceptemos nuestras tristes vidas.
Sí es imprescindible la música. Algo que acompañe, que no atormente, que nos vaya acompañando los sentimientos hasta que nos vayamos conociendo. Con la secuencia inicial ya toda la historia está contada, y sin embargo no importa. Incluso es mejor saber desde el principio que esa familia va a terminar más o menos junta, y que Olive nunca va a ganar un concurso de belleza, sino que va a ser la vergüenza del concurso. Una vez que nos sacamos toda esa carga de encima, podemos disponernos a contemplar lo que sucede en el medio. La canción inicial permite eso: que sepamos que habrá bastantes problemas, que será un largo camino y que viajarán esperanzados hasta que todo se termine cayendo. Esa sola canción nos abre la posibilidad de prestar atención a lo que pasa en el medio, a lo que les está ocurriendo mientras intenten alcanzar un objetivo mundano y por siempre perdido. Todo eso nos recuerda que es probable que perdamos mucho tiempo viendo cuáles serán los resultados de las cosas que esperamos, y que no prestemos ninguna atención a lo que nos sucede mientras tanto. La vida es, quizás, ese “mientras tanto”. “La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes” canta John Lennon en “Beautiful boy”. Nos vamos diciendo muchas veces.
No conviene contar el “mientras tanto” entonces. A ese hay que vivirlo. Por eso es tan importante la identificación en este caso, y no como truco.
Pero sí hay que remarcar que podrá llamarse “Little miss sunshine” el concurso al que se dirigen, pero ese no es el verdadero motivo del título. O al menos termina pareciendo que los pequeños rayitos de sol se van colando por otro lado en cada toma, en cada cuadro. Los directores han tenido mucho cuidado al buscar que el brillante sol se cuele en cada imagen. La camioneta es amarilla, también algunos vestuarios. Pero también viajan de día y los pastos de la banquina están radiantemente secos. Y cuando es de noche -apenas una secuencia-, siempre hay una luz dando vueltas. No sólo cumple con el objetivo de recordar el destino al que se dirigen, sino que termina transformando una pequeña historia en un gran suceso: será difícil, muy difícil, que no nos perdamos nosotros también entre los caminos y las horas, no para ver ganar a Olive, sino para permanecer a su lado, en una especie de comunión final en la que todos hacemos un stripdance para burlarnos de todo, de todos. Subrayado ese todo.
El film es “Little miss sunshine”, no solamente el concurso. No tiene grandes pretensiones. Es apenas un bosquejo al costado, un arbusto muerto y olvidado en la banquina de una ruta que por casualidad nos detuvimos a observar. Seguramente después seguiremos camino, pero dame un momento para absorber este sol intenso.

Billy Elliot, Stephen Daldry. Irlanda, 2000.
Así como solemos tararear una canción por lo bajo cuando no sabemos o no entendemos la letra, así como cantamos debajo de la ducha sacando el aire -¡y la voz¡- con fuerza, como si el vapor y la desnudez que nos impone el baño nos dieran el ímpetu necesario para disfrutar de nosotrxs mismxs con nuestras más exquisitas desafinaciones, así también solemos acompañar con movimientos de pies y manos alguna melodía contagiosa. ¿Qué hace que nos movamos? Billy Elliot es –en principio─ otra de las bellas películas de Stephen Daldry que invita a disfrutar del movimiento. Una mira este film y se pregunta casi ingenuamente “¿qué es lo que hace que Billy sienta esas irrefrenables ganas de ponerse a bailar?” Y además dan ganas de seguirlo, cómo no. Dan ganas de ponerse a bailar. Bailar porque sí. Bailar porque da placer, porque libera el cuerpo, y ya sabemos que liberar el cuerpo implica mucho más que dar varios pasos al ritmo de la música.
Más allá de las innegables contradicciones sociales y culturales que pone en tensión y discusión la película cuando un niño –interpretado por Jamie Bell─ entrando en la adolescencia en un pequeño pueblo minero decide trocar unos guantes de boxeo por un par de zapatillas de danzas clásicas, me interesa destacar el modo en el que está contada esta historia. Todo se mueve. Las escenas se suceden unas a otras acompañando a Billy en sus saltos, pasos, gestos. En su energía vital y desbordante. Desborda de la cama; desborda del ring sobre el que zapatea en lugar de dar puñetazos; desborda de las calles del pueblo y a pesar de que el ojo que filma deja ver una atmósfera opresiva, Billy logra imprimirle la potencia de la alegría creadora. Billy crea con su cuerpo los pasos que lo llevarán a estar siempre en marcha, como si comprendiera intuitivamente que de eso se trata estar vivo. Como si la cámara, además, sólo tuviera el ojo puesto en el cuerpo de ese niño. Como si quisiera imitar su flexibilidad, como si nos estuviera diciendo: “Vean, el cuerpo es elástico, sólo hace falta ponerlo en movimiento.” Pina Bausch, una de las bailarinas y coreógrafas del siglo XX más reconocidas en el mundo iba en ese sentido cuando decía: “Yo simplemente bailaba y, un día, sin saber cómo, me encontré escribiendo con mi propio cuerpo. Quería buscar una manera de decir lo que necesitaba de una forma fuerte, poderosa. Igual que en los años de mi infancia, quería expresarme”. Billy escribe con su cuerpo y mientras así escribe nos dice que se puede hablar en el lenguaje de la danza. Vibración, temblor, desplazamiento, meneo, inestabilidad, conmoción, sacudida y placer, mucho placer son las sensaciones que parecen recorrer el cuerpo de Billy. Y como si no pudiera evitarlo sigue el ritmo que le viene de vaya a saber dónde. Ante la pregunta “¿Cuáles son los sentimientos que experimentas al bailar?” de quienes lo observan en una audición para entrar en una importante academia de danzas clásicas, Billy responde: “No se… Me siento muy bien. Al principio estoy agarrotado, pero cuando empiezo a moverme lo olvido todo. Es como si desapareciera, como si desapareciera y todo mi cuerpo cambiara. Como si tuviera fuego dentro y me veo volando, como un pájaro.»
No sé qué les pasó a ustedes cuando vieron la película ni sé lo que les pasará a quienes no la vieron todavía. Pero intuyo que les suceda lo que a mí: me entraron unas terribles ganas de bailar. Con su permisito, me voy a lustrar los zapatos. A ver si así aprendo a volar, desafinando, ¡por supuesto!

Escenas – Esperando la carroza

– ¡Qué miseria, che! ¡Qué miseria! ¿Sabés lo que tenían para comer?
– Empanadas.
– Tres. Me partieron el alma. Tres empanadas que les sobraron de ayer para dos personas. Dios mío, qué poco se puede hacer por la gente.
– Y sí…
– Lo único que se puede hacer es no pensar, porque si no…

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Esperando la carroza, Alejandro Doria. Argentina, 1985.
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21 de junio de 2014 – Programa 14

Parte 1:
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Parte 2:
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140621
Parte 1:
«La condesa sangrienta» de Alejandra Pizarnik.

Jack White – That Black Bat Licorice

Película: «Only lovers left alive» de Jim Jarmusch.

The Cure – Lullaby

Fragmento de «El mortal inmortal» de Mary Shelley.

The Smashing Pumpkins – Bullet with Butterfly Wings

Fragmento de «La ignorancia» de Milan Kundera.

Ariel Leira – Sin tu amor
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Biopic: Jim Jarmusch.

The White Stripes – Blue Orchid

In a world: Vampiros.

Tito & Tarántula – After Dark
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Parte 2:
Screamin’ Jay Hawkins – I Put a Spell On You

Película: «Let the right one in» de Tomas Alfredson

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota – Preso en mi ciudad

Poema sin título de «Camino de las pedrerías» de Marosa di Giorgio.

Charly García/Pedro Aznar – Vampiro

Fragmento de “La construcción» de Franz Kafka.

Skay Beilinson – Kermesse
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Fragmento de «Oscuridad» de Lord Byron.

Black Sabbath – Fairies Wear Boots

Los caprichos de la semana: agenda cultural.

Kiss – Creatures of the night

«Los dos miedos» de Ramón de Campoamor.

Martes Menta – Que ves el cielo [Invisible]

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Biopic: Jim Jarmusch

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Jim Jarmusch es un director, guionista, productor, actor y compositor de cine independiente de Estados Unidos. Nació en Akron, Ohio, en 1953.
Inmiscuido en el mundo de la literatura y el cine desde pequeño, y ferviente seguidor de la contracultura desde su adolescencia, Jarmusch intentó primero ser poeta, y luego estudió cine en la Universidad de Nueva York.
Su primer largometraje, “Permanent vacation” de 1980, fue su proyecto final para la universidad, y recibió malas críticas. No sucedería lo mismo con “Extraños en el paraíso”, un corto que luego se convirtió en largo y que obtendría premios en Cannes y en la National Society of Films Critics. Le seguirían “Bajo el peso de la ley”, “Café y cigarrillos”, “Mistery train”, “Noche en la Tierra”, “Flores rotas”, “Los límites del control” y “Sólo los amantes sobreviven”.
En 2007, Jarmusch le dijo a la revista “Los Inrockuptibles”: “Trato de no evaluar mi trabajo en función de la tendencia general. No me interesan los valores hegemónicos, por eso me concentro en personajes más marginales. No quiero hacer películas inaccesibles o estéticamente difíciles, aspiro llegar a la mayor cantidad de gente posible, pero fuera del mainstream. No me gustan los criterios de Hollywood, que adapta las ideas al mercado para hacer dinero”*.

*Jim Jarmusch. Octubre 2007. De “Los Inrockuptibles: 50 entrevistas”. Editorial Planeta. Pág. 182.

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Sólo los amantes sobreviven – Criatura de la noche

Sólo los amantes sobreviven (Only lovers left alive), Jim Jarmusch. EEUU, 2013.
“Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré sucesivo, porque el lenguaje lo es”, escribe Borges en El Aleph, aseverando la imposibilidad de describir el infinito a través de los ojos humanos, a través de la vida humana, porque carecemos de una perspectiva que nos permita colocarnos más allá del tiempo. Somos tiempo, lineal, corporizado en venas y en sangre; estamos hechos de la concreta e irrefutable realidad del fin: nuestra propia muerte. ¿Y qué sucedería si hubiera seres capaces de derrotar el tiempo, o mejor dicho, de domesticarlo, de someterlo a la pura contemplación, al puro éxtasis del transcurrir sin transcurrir, es decir, sin la obsesiva búsqueda de trascender, de dejar huella? La película “Only lovers left alive” del reconocido director de cine independiente Jim Jarmusch nos descubre a una pareja de vampiros que se entrega al placer del arte por el arte, del puro hedonismo, alejada de ciertos convencionalismos del género, aunque conservando algunas de sus características.
El universo en su infinito, gira y se expande a la vez, como gira un disco de pasta, como gira el sueño de Adam y Eve (nombres que aluden a la obra “Lo diarios de Adán y Eva” de Mark Twain), interpretados por Tom Hiddleston y Tilda Swinton respectivamente, en esa cámara que en un movimiento circular nos introduce en el tiempo de la eternidad. Plagada de referencias estéticas literarias y musicales, “Only lovers left alive” elige sin embargo rescatar aquellas que exaltan el amor y el romanticismo, en las figuras de Mary Shelley y Lord Byron, por ejemplo. Amor y arte dialogan al infinito a través de estos amantes ubicados en puntos diferentes del planisferio (entre Detroit y Tánger) que sin embargo siempre buscan encontrarse. Encuentros sin apuro, sin la urgencia de la carne que se pudre. Porque una vampira, porque un vampiro, no se pudren. Su muerte, si se produce, es de otra especie. Necesitan sin embargo de la sangre de los zombies, como llaman irónicamente a los seres humanos en la película. En pleno siglo XXI han refinado los modos de obtenerla, ya no necesitan utilizar sus colmillos. Ahora consiguen dealers del elixir purificado a través de médicos que se las facilitan a cambio de dinero, que por supuesto siempre tienen. Así Jarmusch reinventa a los vampiros desde una mirada que exalta la voluptuosidad estética. Donde pareciera no haber trama, hay, sí, todo un muestrario de imágenes plagadas de belleza detenida en primeros planos que destacan las pieles pálidas contrastándose con la sangre roja que persiste en unos labios etéreos. Y en la oscuridad de la noche perpetua, la luz se distribuye generosa en pieles sin venas. Uno de los aciertos de la película es precisamente ése: logra hacernos sentir esa atmósfera de placer a la que se entregan los personajes, sumisos. El tiempo no es otro que el del instante, el del ahora.
Continúa diciendo Borges en otro de sus cuentos, “El inmortal”: “La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales”. Así nada de lo que les ocurre a Adam y a Eve los toma por sorpresa. Y eso nos tranquiliza y a la vez nos inquieta. Quién pudiera, como ellos, dedicarse a dejar pasar el tiempo leyendo, tocando la guitarra y bailando en la embriaguez y el letargo que sólo los seres que saben acerca de lo artificioso de la idea de dios son capaces de experimentar. La sangre entonces, como metáfora y como materialidad, no es otra cosa que la conciencia de la vida que fluye, que cede al placer del encuentro infinito de unos cuerpos eternamente enamorados de la belleza que esos cuerpos pueden dar.

Criatura de la noche -Let the right one in- (Låt den rätte komma in), Tomas Alfredson. Suecia, 2008.
Apesta la putrefacción de “Let the right one in”. Se siente en la boca el gusto amargo de la osamenta que se respira en cada cuadro de la película de Tomas Alfredson. Algo está a punto de explotar. La oscuridad, que es fundamental para que la vampira pueda rondar por las calles de algún lugar de Estocolmo, no deja escapatoria. Hace frío. Hace rato que hace frío en el cuerpo de Eli, criatura condenada a vivir de la sangre de las bestias humanas que cohabitan su espacio.
En este mundo, tan lleno de violencia, las noticias policiales pasan a segundo plano cuando el horror se traslada al ámbito de los niños. Una vampira se encarga de llenar titulares, entre otros bandidos, pero con motivos muy diferentes; y mientras tanto, un niño se prepara para hacerle frente al acoso escolar que sufre día a día.
La violencia, que nos pertenece a todos, duele más cuando sabemos que la sufre un niño o un ser querido. En “Let the right one in” los asesinatos de Eli nos chocan menos que los encuentros de Oskar con sus contrincantes. ¿Cómo se escapa de esa situación? Hay olor a sangre, hace frío, está muy oscuro. No, no se escapa. Eli aprendió que “Huir es la vida y quedarse es morir”, y se lo transmite a Oskar, su amigo y novio más tarde, como la única gran verdad que ha podido conocer durante toda su vida. Probablemente podemos estar en desacuerdo con esa máxima, pero no ella. Está condenada a matar, y matar le duele. Es perseguida y no puede permanecer mucho tiempo en un mismo lugar. La muerte también la acecha a ella. Es un animal más intentando sobrevivir. Ese niño y su único ser querido, cuando su acompañante muere, está sufriendo. Se enfrenta, pero no deja de sufrir. Como ella, pero diferente. Hace tiempo que él juega a hacer chillar de dolor a otro: a ese pibe que lo molesta todos los días. Así se conocen con Eli. Ella le dirá que no son muy diferentes: ambos son asesinos, sólo que a ella no le queda otra alternativa. Los vampiros no la tienen, los hombres sí, muchas. Pueden decidir qué comer y pueden también no matar a nadie, ni para comer ni para sobrevivir. Y, sin embargo, la violencia subsiste.
Hay una clara contraposición entre dos formas de violencia, que son bastante parecidas en su forma pero no en sus motivaciones. Sin embargo, lo mejor que podemos hacer al hablar de esta película es sacar de foco al mensaje que encontramos, o que creemos encontrar, y concentrarnos en la profundidad de las sombras que el film proyecta.
Eli debe seducir a sus víctimas, atacarlas en la oscuridad. Y llora cuando termina de beber su sangre. Les quita la vida para no condenarlos a ese sufrimiento que es una eternidad maldita. En su piel está la sangre recién bebida y está también el hambre, la angustia insaciable por un poco más de muerte. Necesita que la ayuden: le duele asesinar. Pero le teme a su propia muerte. En este espíritu tan sufrido, su muerte es una amenaza, amenaza por lo que puede venir; sino ¿por qué? Si no hay más que tristeza y soledad gobernando sus días.
Se respetan las reglas de los vampiros: la oscuridad, el sol que hace arder, los colmillos, la condenada eternidad, la palidez y algunas formas para matarlos. Pero hay algo muy humano en Eli: sus ojos inmensos y viejos, que lo han visto todo, y que se apena de su condición y de sus olores. Eli sabe abrazar, dar una caricia, correr para no matar a una víctima asegurada, pero que ama. Sabe incluso besar. Entiende del amor, ama a Oskar y le escribe mensajes antes de que llegue el sol.
Pero su estómago grita y en la nieve y la noche se confunde para salir nuevamente de cacería, alejada de los gatos y de los otros hombres y mujeres que planean acabar con ella. Termina escapando junto al niño hacia otra tierra que le dé alimento por un tiempo. Ha despedazado a los niños que intentaban lastimar a Oskar en la escuela. No es justicia, aunque se alegran de estar vivos. Un niño llora mientras los otros yacen desmembrados en el lugar donde ocurrieron muchos crímenes.
Y ellos dos se comunican en Morse en un vagón vacío de algún tren con destino desconocido. Sigue habiendo olor a muerte. No tiene intenciones de irse este estado con el que nos quedamos tras los títulos finales. La violencia sigue rondando, no solamente de noche y encolmillada.

Muy pronto en «Los caprichos…»

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Seguiremos el ejemplo de Margueritte en «Los caprichos de Julie Delpy» por MQC Radio…

Porque…

Leer también es escuchar.

Escenas – Qué he hecho yo para merecer esto

-Qué habréis estado haciendo por ahí. Toni, todavía no hemos terminado la carta.
-Ahora la terminamos, abuela.
-Tenga, su palo.
-Esto de ser una analfabeta es una cruz. ¿Tú sabes escribir, Cristal?
-Ay, yo sí, pero no tan bien como Toni.
-Este niño va para filósofo.

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Qué he hecho yo para merecer esto, de Pedro Almodóvar. España, 1984.

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