Segundo relato: Las ratas.
Segundo relato: Las ratas.

Nombramos la violencia en todas partes.
Hay violencia en un comentario despectivo.
Hay violencia en la risa tras un comentario irónico y despectivo.
Hay violencia en el guiño que le sigue a la risa tras el comentario irónico y despectivo.
Hay violencia en el “Nena, ¿qué mierda hacías que no me atendías?”.
Hay violencia en cualquier respuesta que esa afrenta pueda provocar.
Hay violencia en el “metete en tus cosas”.
Hay violencia en la velocidad con que corre un auto.
Hay violencia en el tipo sentado al volante, pisando ese auto, negando el paisaje, queriendo pasar al que va adelante
Hay violencia en la seña de luces insistente.
Hay violencia al bajar el vidrio, gritarle “negro resentido”, pisar y extender el dedo medio como una antena de odio.
Hay violencia y hay odio en la puteada que le sigue a la goma pinchada y a la serie de comentarios irónicos que acompañan a los llamados a las operadoras para solucionar tu problema que es siempre el más importante.
Hay violencia, también, en la demolición.
Hay mucha violencia en una demolición.
Hay muchísima violencia en el disfrute de una obra en demolición.
Y hay violencia en la apariencia de la sonrisa cotidiana.
Hay violencia en creer tener los argumentos infalibles.
Hay violencia en la atención desinteresada, también.
Hay violencia en la atención a números como patentes en un registro cualquiera.
Hay violencia en todo lo que le sigue a eso, incluida la vela de cumpleaños en la cárcel.
Hay violencia en las puteadas. Hay violencia en hacer de las puteadas una forma de vida y de relacionarse; hay violencia en olvidarse de dónde viene tanto odio.
Hay violencia en golpear y salir corriendo.
Hay violencia en creer y hacer por la impunidad que da el dinero.
Hay violencia en la impunidad, en que el dinero dé la impunidad, en que la impunidad sea posible, en que sea posible para comprar la infelicidad de los otros.
Hay violencia en el “arreglate”, en el “yo te di todo”, en el “nos arruinaste la vida”.
Hay violencia en la fiesta armada hasta el hartazgo, en las sonrisas cómplices, en el bailecito-trencito-feliz, en el brazo extendido a lo “¡Ehhh capo, qué bueno verte!”.
Hay violencia en la mentira, en la falsedad de una noche maquillada, adornada, planeada, noche del “todo tiene que salir bien” y “hay que sonreír”, en el “¡Aayyyy esa canción!”, ¿cómo se llamaba?
Hay violencia en que nadie lo sepa y que todos simulen saber.
Hay violencia en los comentarios alrededor de la pareja, en el engaño cuando es engaño y no un preacuerdo, que también puede ser violento.
Hay violencia en una corrida desesperada, en el viento de la noche y la tormenta cargada que ya llega, y está a punto de explotar.

Hay violencia en todas partes y siempre está a punto de estallar.

Estallar es lo que conocemos como violencia. Quien estalla es el depositario de la violencia administrada y suministrada por los otros, que por oposición ya no son violentos.
Quien estalla merece la violencia, merece el azote, el martillo, la denigración, la risa final.
Hay violencia en la llamada “risa final”.

De ahora en más, es violento el que merece la cárcel (que es violenta), el desprecio (que es violento), la negación (que es muy violenta).
Todo lo demás, todo lo que nos pasa, no es violencia. “¿Cómo podés decir que es violencia si estas cosas pasan? ¡El asesinato es violencia! ¿Cómo podés decir entonces que yo soy violenta?”, dice a los gritos y sacándose la bufanda por el calor repentino.

Somos violentos pero hemos decidido que ellos, un pequeño grupo de nadies nombrados una y otra vez en las noticias sean los violentos a reprimir.
Reprimir es una enorme fuerza de violencia, pero es un valor que nos hace loables. Como putear en joda, porque “yo hablo así”.

Hay una violencia castigada en la que nos gusta cobijarnos (pero esto, entre nos, que somos la estirpe de los violentos).
En esa cobija también queda lugar para el “y vivieron felices para siempre”, justo después de que sospecháramos que él agarraba ese cuchillo con tanta determinación para cumplir con el “hasta que la muerte nos separe”.
El sólo “no lo puedo creer, ¿después de todo lo que se han hecho siguen juntos?”, es muy violento. Pero nos parece más conveniente no meternos.
Allá ellos con su felicidad bañada en sangre.
Relatos salvajes
“Relatos salvajes” de Damián Szifrón (Argentina, 2014).