
FIESTAS ERAN LAS DE ANTES
Parte 1:
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Parte 2:
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Parte 3:
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Parte 1:
«A veces parece…» de Roberto Juarroz.
Divididos – Vida de topos
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Película: «Underground» (Emir Kusturica)
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota – Nuestro amo juega al esclavo
Fragmento de «El hombre rebelde» de Albert Camus.
Lisandro Aristimuño – Traje de Dios
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«Transformación & escape» de Gregory Corso.
Charly García – Vos también estabas verde
Fito Páez – Ahí voy
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Parte 2:
The B-52’s – Party Out of Bounds
Película: «The party» (Blake Edwards)
Babasónicos – Fiesta popular
Illya Kuryaki & The Valderramas – Helicopteros
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Fragmento de «Leonor» de Hebe Uhart.
León Gieco – Hoy bailaré
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Parte 3:
Biopic: Emir Kusturica
Emir Kusturica and the No Smoking Orchestra – Unza Unza Time
Los caprichos de la semana: Agenda cultural
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In a world: «Hueco en el mundo» de Santiago Alassia
(Serie de elementos) «IV» de Santiago Alassia.
(Serie de elementos) «IX» de Santiago Alassia.
Cuerpos – Cuerpos
«Nuafal» de Santiago Alassia.
Cuerpos – Madre de las piedras
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«Mientras tanto» de Santiago Alassia.
Acorazado Potemkin – Disuelto
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Fragmento de «Paraíso perdido» de Tamara Kamenszain.
Flopa – Huecos
Underground, Emir Kusturica. Yugoslavia, Francia, Alemania, Hungría, 1995.
La desmesura: un registro posible para hablar de Historia.
Underground es una película excesiva, desmesurada, recargada. Musical, además.
Hay de todo en Underground, sobre todo hay años: 1941-1991. Entonces, para dar cuenta de décadas enteras se recurre a la proliferación de núcleos narrativos, personajes, espacios, música. Hay mucho mucho de todo en esta película inevitable sobre la historia trágica de un país que fue y ya no existe.
Dar cuenta de lo que ya no está. Recargar a nivel de la imagen como método para reponer el faltante, lo que ha desaparecido, así sea un país. Entonces, la nostalgia: el color de Underground es el color de la nostalgia. Aunque haya mucha violencia –mucha piña, mucho golpe, griterío- y desparpajo, subyace la nostalgia. Es decir, ese sepia que tiñe todo lo que se ha palpado alguna vez, casi como una caricia, y que ahora no es más que un recuerdo entre las yemas de unos dedos cansados.
Los protagonistas son tres: Marko y Blacky –amigos entrañables- y Natalia, la mujer amada por ambos y motor de la acción casi en su totalidad. Pero Blacky tiene esposa, luego un hijo Jovan. Y Marko tiene un hermano, Ivan, que cuidaba un zoológico antes de la invasión alemana y que anda con un mono. Y Natalia tiene un hermano, también. Aquí ya se abrió la simplicidad. Es imposible ser breves para hablar de Underground.
Todos los personajes del film, menos Natalia y Marko viven durante veinte años una mentira: creen que la guerra –la Segunda Guerra Mundial- continúa y por eso habitan un sótano y fabrican armas que se trafican arriba. La mentira fue ideada por Marko para quedarse con Natalia, que era la amante de Blacky. Así, redondo. Un hombre que abandona todos los códigos –como sucede en toda guerra- para adueñarse de lo que quiere: el interés que moviliza más atrás de las causas explícitas.
Hay en el film –como si la Segunda Guerra Mundial fuera poco- otras guerras: la Guerra fría y la Guerra de los Balcanes. Hay un país que deja de existir, una tierra que sólo queda en la memoria de quienes pudieran verla a tiempo. Una tierra que no podrá ser imaginada por las nuevas generaciones, exceptuando los relatos familiares: hilos que tejen son las historias.
¿Cómo tejer un país que ha desaparecido? La disgregación inenarrable que Kusturika intenta apalabrar en Underground poniéndolo todo en imágenes: la traición, la mentira, el fratricidio, el cinismo, la política, la corrupción, los medios y su poder de control, la falta de culpa, el sálvese quien pueda, el dinero, las armas, la codicia, la ausencia de códigos, la perdición humana… sí, porque el que sobrevive es Soni, el mono de Ivan que tiene que ver -con esos ojos que ya recorrieron tanto- a su dueño colgado: el suicidio de Caín.
Y todo este conjunto imparable de hechos, personajes, fiestas y más son acompañados por una música gitana que nos hace pensar en la fuga. Irse de donde sea que una esté con los pies al son de esas canciones inconfundibles de los Balcanes. La música es un protagonista más: acompaña lo trágico y lo cómico sumiendo todo en un manto humorístico que hace soportable la crueldad de lo real.
La fiesta inolvidable (The party), Blake Edwards. EE.UU., 1968.
¿Qué hace un inadaptado extranjero en una fiesta de copetudos? Y encima interpretado por Peter Sellers. Y encima en la fiesta del jefe. Y encima el jefe es el que puso la plata para la película que el inadaptado tuvo la torpeza de destruir.
Hrundi V. Bakshi (un nombre impronunciable para los mandamases de Hollywood, y que no dudan en subrayar esa imposibilidad), es actor, o intenta, pero filma una escena del 1800 con un reloj de última generación en su brazo; y que cuando descubre que tiene algo en su sandalia, deja caer todo el peso de su cuerpo sobre el detonador de la dinamita, que hace volar por mil pedazos un fortín, ante la mirada atónita del director que no alcanzó a decir “¡Acción!”.
Su nombre pasa inmediatamente a engrosar la lista de los que nunca van a poder hacer absolutamente nada en Hollywood, vetados para siempre, en este caso por la más absoluta torpeza y esa sonrisita de caído que no se resigna. Pero, por equivocación, una entre tantísimas, el dictado del nombre queda registrado en la lista de la fiesta que el jefe del estudio organiza junto a su esposa. La esposa es un condimento, claro. Lo que importa es recaudar.
El hindú cae entonces a la fiesta, en un particular y pequeño automóvil, que estaciona entre los grandes coches de las estrellas. En esa fiesta hay estrellas, embajadores, productores, señoras acompañantes, un niño en su habitación, como castigado, escondido; hay también muchos músicos, y mozos, y alcohol, una enorme piscina, un enorme patio, inmensa mansión con miles de controles. Y no queda ni un espacio sin que el personaje de Peter Sellers no llegue a conocer. En cada espacio va dejando su marca, su huella, y esa huella es un coletazo a la enorme fiesta, a la etiqueta, el buen gusto y la completa indiferencia.
Hrundi V. Bakshi podrá ser muchas cosas, pero no un indiferente. No se pierde una, al contrario de todos esos invitados que hablan en un tono de sala de espera, conversaciones superficiales, risas fingidas, elegancia y absurdo en las ropas, los peinados, los modales. Lo notan porque se hace notar, pero apenas se quedan con el resultado, no con toda la catástrofe que intentó desbaratar. Y no desbarata ninguna, así como no para de pedir perdón, sin miedo al ridículo, al protagonismo descolorido y, nuevamente, al absurdo.
Entre todos, aparece como compañera una joven que también intenta ser actriz, y que ni siquiera se da cuenta de que está tranzando para serlo. Ella tampoco es indiferente, no tiene risas fingidas, no ha cumplido con todas las normas de etiqueta y definitivamente no le sientan bien esas fiestas. Va con un vestidito amarillo, el rostro apenas maquillado, la sonrisa que no se le cae ni cuando llora, y nota inmediatamente a ese extraño que no para de mandárselas. También cantará una balada, después de que todo se desmadró mil veces, y cuando aún queda por entrar el elefante y la inauguración de la fiesta de la espuma.
“The party” es una fiesta pop que hace del absurdo y el ridículo el emblema para disparatar la trama, con un Peter Sellers que no para de llevar la comedia en el cuerpo. Es realmente una fiesta inolvidable. Inolvidable porque todo se ha desquiciado, porque de pronto, entre tantos músicos que han entrado y salido, se llegó un grupo de jóvenes (liderados por la hija liberal del productorcito ese, muy preocupado por sus cuadros y joyas), con un elefante multicolor, pintado con consignas de liberación. Liberación y jolgorio, pero esto no es un chiste, es ofensivo dirá el actor hindú, y entonces hay que limpiar al elefante, inundar el patio y la mansión de espuma, y hacer que las viejas se caigan a la pileta para salir, volver a secarse y caerse de nuevo.
Todo por la torpeza de un inadaptado, o porque quizás tanta etiqueta ha suprimido todo valor a la palabra fiesta. Aun cuando destrozó todo, una vez más, esa no hubiera sido más que una reunión con otro rótulo si ese bastión endemoniado con cara de inocente no hubiera irrumpido por equivocación.
Esa fiesta pop tiene una estructura narrativa muy simple, ningún sobresalto formal: todo lo que hace reír está ahí, en la pantalla, sin mayores artilugios. Y no busca demasiado más. Sin golpes y contra todo tipo de maldad, Peter Sellers vuelve a transformar un plató en un escenario de comedia, con su sola presencia, y un guión a medida para que la mejor de las fiestas pueda explotar por los aires, en medio de toda la espuma del mundo, incluso la de los sueños inventados vendidos por ahí.
Emir Kusturica es un director, actor, guionista, compositor y productor de cine serbio nacido en Sarajevo en 1954.
Estudió en la Academia de Artes Interpretativas de Praga, época en la que comenzó a rodar cortos y programas de televisión. Fuerte crítico de Estados Unidos, proyuguslavo durante las Guerras Balcánicas y activista político y social durante toda su vida pública, Kusturica lleva a su cine su impronta en producciones cargadas de protagonistas autóctonos, escenarios variopintos y mucha música para acompañar y darle fuerza a las tramas.
Entre sus trabajos se destacan: “Guernica”, “¿Te acuerdas de Dolly Bell?”, “El tiempo de los gitanos”, “El sueño de Arizona”, “Gato negro, gato blanco”, “La vida es un milagro”, “Prometeme” y el documental “Maradona by Kusturica”. Es el único director en conseguir dos Palmas de Oro, el premio máximo del Festival de Cannes, con sus películas “Papá está en viaje de negocios” de 1985 y “Underground” de 1995.
En entrevista para el Festival de Cannes de 2011, Emir Kusturica brindó consejos para quienes estudian y quieran hacer cine: “Que siga la idea que se hace de la vida y su propia problemática existencial. Que siga las ideas que hacen su identidad en el curso de la historia, que siga sus sentimientos, obsesiones, percepción y todo lo que hace que se sienta el centro del mundo. Y que no se deje llevar por la corriente de la tecnología”*.
* “Entrevista con Emir Kusturica” de Festival Cannes (22/05/11). http://www.festival-cannes.com/es/theDailyArticle/58673.html
MEGAESTRENO ANIMADO
“Home” de Fox es el megaestreno de la semana. La animación en 3D es un encuentro entre dos mundos: los extraterrestres visitan la tierra, sin ánimos de invadir nada, sino sólo de protegerse de sus enemigos, y se entrecruzan con los humanos. Una niña acoge a uno de los marcianitos como a un juguete de peluche, lo vuelve compañero de aventuras y lo protegerá de todos los males.
PELÍCULA DE DIRECTOR DE CULTO
“Vicio propio” (Inherent vice) es una rezagada que llega a los cines argentinos tres meses después de su estreno en EE.UU. Y viene con recomendación. La película de Paul Thomas Anderson (“Magnolia”, “The master”) cuenta con la participación de Joaquin Phoenix, Maya Rudolph, Reese Witherspoon y Benicio del Toro. El film de dos horas y media cuenta la historia de un detective que investiga la desaparición de una exnovia. Sólo que en medio de la psicodelia de los 70 de la que el detective forma parte. “Inherent Vice” es la recomendada por los críticos para esta semana.
COPRODUCCIÓN LATINOAMERICANA
“El 5 de Talleres” es una coproducción entre Uruguay y Argentina y cuenta la historia de un futbolista de Talleres de Remedios de Escalada, de la Primera C Metropolitana, que ve llegar el final de su carrera a los 35 años y debe enfrentar su futuro junto a su novia. El film está dirigido por Esteban Lamothe y Julieta Zylberberg.
Y además se estrenan:
La alemana “Ave Fénix”, la historia de una cantante desfigurada en un campo de concentración que se reencuentra, tras una cirugía estética, con su marido pianista, un reencuentro poco feliz.
La canadiense “Mommy” de Xavier Dolan, en donde una madre viuda debe enfrentarse al cuidado de su hijo de 15 años con hiperactividad. La llegada de una nueva vecina les cambiará la vida.
Y el policial estadounidense “Gunman: el objetivo”, con Sean Penn y Javier Bardem, en donde un soldado debe limpiar su nombre en Europa para luego recuperar un viejo amor.
Un miércoles para seguir haciendo memoria con «Objetos al acecho» de OLga Orozco.
¿Dónde oculta el peligro sus lobos amarillos?
No hay ni siquiera un pliegue en la corriente inmóvil que
tapiza este día;
ni un zarpazo fugaz contra el manso ensimismamiento de las
cosas.
Ninguna dentellada;
nada que abra una brecha en estas superficies que proclaman
su lugar en el mundo:
mis dominios inmunes,
mi pequeña certeza cotidiana frente a las invasiones de la
oscuridad.
Y sin embargo surge la amenaza como un fulgor perverso,
o como una estridencia sofocada;
quizás como un latido a punto de romper la frágil envoltura
de las apariencias.
He cundido la impía rebelión en mi tribu doméstica,
acostumbrada antes al ritual de mis manos y a la mirada
que no ve.
Los objetos adquieren una intención secreta en esta hora que
presagia el abismo.
Exhalan cierto brillo de utensilios hechos para la enajenación
y el extravío,
contienen el aliento para el ataque indescifrable,
transforman sus oficios en esta exasperada, malsana geometría
del suspenso.
Son gárgolas ahora.
Son ídolos alertas en muda interrogación a mi poder incierto.
Se ha cambiado la ley:
mis posesiones me presencian.
Se han mudado los credos:
el bello acatamiento se extingue bajo el sol de la sospecha.
Y ninguna palabra que devuelva las cosas ilesas a sus humildes
sitios.
Y ningún catecismo que haga retroceder esa extraña asamblea
que me acecha,
este cruel tribunal que me expulsa otra vez de un irreconocible
paraíso,
recuperado a medias cada día.
ESPECIAL POR LA MEMORIA
Parte 1:
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Parte 2:
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Parte 1:
«Desenterrar y recordar» de Walter Benjamin.
Palo Pandolfo – Sueño con serpientes [Silvio Rodríguez]
…
Película: «Everything is illuminated» (Liev Schreiber)
Divididos – Par mil
Fragmento de “Objetos al acecho” de Olga Orozco
Spinetta y Los socios del desierto – Jardín de gente
…
Fragmento de “Las cartas que no llegaron” Mauricio Rosencof
Fito Páez – Tus regalos deberían de llegar
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Gogol Bordello – Start Wearing Purple
Los caprichos de la semana: Agenda cultural.
…
In a world: Dictaduras latinoamericanas en el cine.
Los Fabulosos Cadillacs – Desapariciones [Rubén Blades]
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Parte 2:
Johnny Cash/Joe Strummer – Redemption Song [Bob Marley]
…
Película: «Ida» (Pawel Pawlikowski)
Spinetta Jade – No te busques ya en el umbral
Charly García – A punto de caer
Ariel Minimal – Recordar es aprender
…
«El insmone insumiso o sobre los alcances de hablar de ciertos temas» de Mario Trejo.
Las Pelotas – La colina de la vida [Gieco]
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Fragmento de «Cielo Blanco» de Hamlet Lima Quintana.
Proyecto «El que ama lo que hace» – Las golondrinas de Plaza de Mayo [Invisible]
…
Poema de Glauce Baldovín.
León Gieco – Las madres del amor
*****
Una vida iluminada (Everything is illuminated), Liev Schreiber. EE.UU., 2005.
Leer, preguntar, escuchar, observar, pensar, guardar, cosechar, mantener en pie, recolectar huellas son formas de conservar la memoria. Memoria, una abstracción que manipulada puede significar muchas cosas, que oscurecida puede no ser más que un detalle a olvidar, que tiende a perderse con el paso de los años por el simple hecho de que las personas tienden a permanecer sin historia. Si no, ¿cuántas historias conocemos y cuántas tantas se han perdido para siempre?
Pero hay una memoria que nos llama a no olvidarla, y es aquella que lleva escrita el “Nunca más”. Aquella que no sólo llama a recordar una historia sino y sobre todo a no repetirla, a reclamar justicia por ella. Por lo general son historias de crímenes inentendendibles, inexcusables, como todo crimen. Y, por lo general, hay muchos que supieron y que quieren que se olvide. Arman todo un espectáculo de olvido.
Quizás por eso es tan grandiosa “Everything is illuminated”. No sólo cuenta -y no deja que se pierda en el olvido- una de esas historias, sino que lucha expresamente contra el olvido, contra los mecanismos que han hecho olvidar, que le han quitado años a los suelos por donde hoy transitamos. Pueblos enteros que ya no existen, enterrados en el desconocimiento, sólo presentes en una placa perdida que nadie conoce, y en las cajas de una anciana que lleva la carga de su pasado.
Jonathan (Elijah Wood) viaja a Ucrania para seguir el rastro de su abuelo, de quien no tiene más que un solo recuerdo: un collar extraño. Y, en el lecho de muerte de su abuela, se suma una foto: una foto de su abuelo con una desconocida, apenas un recuerdo perdido con el nombre de un lugar. Trachimbrod. Jonathan, que tiene sus paredes repletas de personas queridas y sus recuerdos, sólo conserva esos dos elementos de su abuelo. Y, como gran coleccionista que es, no puede permitirse ese vacío: necesita recuperar su historia para conservar aquello que la identifica, los rastros que le permitirán nunca olvidarla.
En Ucrania contrata un servicio de búsqueda de antepasados judíos. La empresa está dirigida por verdaderos antisemitas, o así parece. Viajan con él Alex, un joven embebido en la cultura yanqui (de donde viene Jonathan, o Jonfen, como le salga pronunciarlo) que conoce poco de su propia cultura, y menos aún de su abuelo, un abuelo dolido por la viudez, pero también por otro pasado más convulsionado. Un abuelo que no tiene gestos tiernos y sí a un perro, un perro loco. Ambos están más o menos locos, y sin embargo (y bajo el escrutinio del estadounidense), logran congeniar y ayudar a Jonathan.
Deciden ayudarlo, siendo que tantas veces han cumplido con ese compromiso casi como una visita turística que no les interesaba demasiado. Y Alex también hace turismo, porque no puede ver qué hay debajo de esos campos, sólo la superficie; el chico de Odessa que no quiere ser visto como un idiota, golpeado por su padre y su abuelo, con ropa deportiva, pensando que lo mejor sería estar bailando en un sector vi ai pi. Hay cosas que pronuncia muy bien del inglés.
Los lugareños no saben nada de Trachimbrod. Un niño reclama goma de mascar (o chicle, pero la colonización debe ser plena). Recuerdan sí otro nombre extraño. En un campo perdido, al margen del camino donde se han quedado sin nafta, el abuelo descubre un lugar. Apenas una reminiscencia de una primera muerte, de la que se salvó por mantener la mirada en alto en una mujer.
Y luego, Trachimbrod. ¿Quién es Trachimbrod? Sí, quién. Ni qué ni dónde. Quién. Trachimbrod es la mujer que recuerda. La hermana de la otra persona en la foto del abuelo de Jonathan. Jonathan, nieto de judío que logró escaparse justo a tiempo, pero que perdió al amor de su vida en esa guerra de otros. Al amor de su vida, humillada antes de ser asesinada. Y una hermana que recolecta. Colecciona los recuerdos que los judíos sembraron a la vera del río, antes de ser llevados al exterminio. Para que alguien los encuentre y los recuerde. O al menos que sepan que alguien hubo ahí. “Por si acaso” alguien los busca. Por si acaso alguien se pregunta por ellos.
En ese viaje no sólo Jonathan recolecta los rastros de su abuelo. También el abuelo de Alex recupera su memoria, enterrada como tantas cosas en esa Ucrania abatida por el olvido, porque los ucranianos (para sorpresa de Alex y para dolor de su abuelo) fueron cómplices del nazismo. Y entonces recuerda el abuelo ucraniano: esa tierra era la más próspera, los niños corrían felices por el mejor de los paisajes, antes de que llegue la guerra.
Alex termina perdiendo a su abuelo. Después de tantas miradas enojadas y golpes, después de tan largo viaje interior por las rutas perdidas de Ucrania, el abuelo al fin le demostró un gesto de cariño, una caricia a la conciencia y a la historia del joven Alex, colonizado por los gustos extranjeros, que de a poco va recuperando también su historia.
Alex y Jonfen pierden a sus abuelos. Ambos también intentan recuperar, entender, conocer, no sentirse tan aislados en el mundo. Y ambos lo terminan haciendo, aunque ya viven demasiado lejos. La música, tan insistente durante toda la película, también va de la completa desmemoria hasta la iluminación de aquello que nos pertenece. Y sí, todo está iluminado. Dar luz para poder ver, y ver para poder saber, cuando se está en la más completa ceguera. Muchas veces por conformismo o comodidad.
Y, sí. Ambos abuelos eran judíos: uno escapó justo a tiempo; el otro debió ocultarlo, negarlo, escupirlo y difundir una especie de antisemitismo que luego terminará sufriendo.
Jonfen, el coleccionista, se ha atrevido a buscar y ha arrastrado a otros a encontrarse también. Jonfen, el diminuto Jonfen de enormes anteojos, ha iluminado más de una oscuridad. Pero la polvareda es grande, es enorme, y ese viento llamado progreso puede descubrir verdades como taparlas. La verdad es también una construcción. Lo que nos lleva a buscar es siempre un desafío. La memoria es una lucha.
No hace falta decir que la colonización se encarga de borrar las huellas de lo que ha existido para que los colonizados no tengan de dónde prenderse a su pasado, y sí a lo que los subyuga.
Jonathan ve antes el río. Antes de que la mujer se lo descubra. Ve bajar las fotos, los recuerdos de los que se han ido.
De la misma manera, los bancos de otros mundos se deslizan lentamente por el río en “La insoportable levedad del ser” de Kundera, ante una mujer abatida.
Esa mujer, la hermana de Augustine, colecciona.
Colecciona y sabe para qué:
Lista: No entendí por qué mi hermana había escondido su anillo en un frasco…
ni por qué me dijo «por si acaso». ¿Por si acaso, qué?
Alex: Por si acaso la mataban.
Lista: Sí, ¿y luego qué? ¿Por qué lo enterró?
Alex: No lo sé.
Lista: Pregúntale a él.
Alex: Quiere que te pregunte por qué Augustine enterró el anillo cuando creyó que sería asesinada.
Jonathan: Para probar que había existido. Para que la recordaran.
Lista: No, no creo. Por si acaso… Por si acaso viniera un día alguien buscando.
Alex: Así tendrían algo que encontrar.
Lista: No, la cosa no existe para ti. Tú existes para esa cosa. Has venido porque esa cosa existe.
Alex: Ella dice que el anillo no está aquí por nosotros… que nosotros estamos aquí por el anillo.
Ida, Pawel Pawlikowski. Polonia y Dinamarca, 2013.
El viaje verdadero
1- Anna vive en un convento y está a punto de tomar los votos. En las escenas que retratan su vida en ese lugar vemos: aislamiento, nieve, catolicismo, la estatua de un Cristo, la señal de la Cruz y las oraciones, austeridad, disciplina, silencio, ayuno.
Antes de dar el gran paso, Anna debe conocer a su único pariente vivo: Wanda Crutz, su tía. Ella recibió las cartas, pero no se hizo cargo de Anna cuando fue llevada al convento, de bebé. Anna pregunta si es necesario realizar el viaje y el encuentro. La superiora dice que sí.
2- Wanda Crutz. Una mujer. La tía. En las escenas que retratan su vida vemos: ciudad, ruido, tumulto, hombres, desnudez, auto propio, tabaco, alcohol, música, rosquillas, policías, maquillaje, perfume, vestidos.
Wanda es la que transporta consigo la verdad: Anna se llama Ida y es judía. Tuvo una madre creativa y aventurera y un padre que mucho no le gustaba a Wanda.
Es la tía que perdió en un mismo día a su hermana amada y a su propio hijo, a quien dejó con Rozá –así se llama la mamá de Ida- para combatir Dios sabe a favor de qué.
Ida quiere conocer las tumbas de sus padres. No tienen, dice Wanda. Sólo sabe dónde fueron asesinados. Y allí van, juntas.
3- El viaje: Eres un encanto, le dice la tía a la sobrina. Tienes un hoyuelo, a los hombres los vuelve locos. Cuando te ríes son tres.
¿Tienes pensamientos impuros?
Sí.
¿Con hombres?
No.
A esta altura podemos deducir quién hace las preguntas y quién tiene esas respuestas.
Y Wanda piensa mientras maneja en lo parecida que es a Roza y en ese pelo –colorado también- tan parecido al de su hermana. Piensa en que Ida no debe ser monja porque es judía y porque desperdiciaría su vida de ese modo. Piensa en los años pasados, perdidos. Piensa en el duelo nunca finalizado y en la cicatriz que ahora se abre de nuevo con la presencia de Ida frente a ella. Piensa en los cuerpos y en lo que va a encontrar. Piensa en el horror y debe beber para paliar, debe beber para no pensar. Pero piensa.
4- La vuelta y el viaje nuevamente.
Wanda no resistió el desentierro de los cuerpos y el necesario entierro de los mismos en la tumba familiar. Entre esos huesos, se encontraban los de su niño, a quien apenas conoció. Entonces, en una escena magistral –me atrevo a decir la mejor de la película entera- se suicida.
Ida ahora debe volver por las cosas que le pertenecen. Antes de este segundo viaje, igual, ya declaró no sentirse preparada para tomar los votos y con una lágrima que le recorre el rostro finalmente no lo hace.
Vemos en las escenas de este segundo viaje cambios en Ida, que imita a Wanda, es decir imita a la mujer libre de la época: salidas, baile, sexo –con un solo hombre-, tabaco, alcohol…
5- Retorno: luego de sentir un poco –como un golpe fresco de aire, milagroso, en un día tórrido- las sensaciones de la otra vida, decide volver de donde ha salido al principio. Vuelve al monasterio y parece que en su cara se lee: ahora sí vale la pena el sacrificio.
Ida es, más allá de estos fragmentos que salpican la página anterior, una película breve, en blanco y negro, contundente, concisa –diríamos que no tiene una digresión- y que apunta a un tema fuerte y poco tratado en el cine sobre el Holocausto: la complicidad civil.
La madre y el padre de Ida –junto con el niñito de Wanda- son escondidos en una arboleda casi bosque por un hombre que los alimenta y los cuida para que puedan sobrevivir a los nazis. Pero su hijo un día –creemos que con un hacha- los mata: por miedo, por precaución, por resguardo de los suyos, por avaricia –se queda con una casa y unas tierras-, por lo que sea los mata. Se adelanta a los propios nazis. Él, un ciudadanos de ese pueblo, ha matado tres judíos en nombre de Dios sabe qué.
Dios no está. Dios es el gran desaparecido tras la Segunda Guerra Mundial. Dios ha dado la espalda al mundo, si es que alguna vez nos miró a la cara. Dios no puede tranquilizar a Wanda que busca en el alcohol un olvido imposible y en su profesión –jueza antifascista, defensora del pueblo- justicia. Pero no alcanza cuando el cuerpito caliente del hijo no está. No alcanza y no alcanza y la ventana y el salto al vacío se imponen como consuelo.
El espectador/la espectadora viaja con la protagonista y vislumbra en ese rostro impasible, pequeños movimientos interiores. Un viaje nunca es sólo físico y –aunque por momento el aburrimiento pueda más frente a la lentitud del film- terminamos diciendo que es una película hermosa, desde la estética –cada reja, cada objeto, cada locación parecen elegidos desde su bolleza- y profunda desde su planteo: la austeridad frente a la barbarie.
Elijah Wood es un actor y productor de cine y televisión estadounidense, nacido en Cedar Rapids, Iowa, en 1981.
Comenzó su carrera en la niñez, como modelo, tomando clases de piano y actuando en obras de teatro en su pueblo natal. Su primer rol en un film es un pequeño papel en “Volver al futuro II”, que le abrió el camino en Hollywood. Por esos años trabajó en “Asuntos sucios”, “Un lugar llamado paraíso”, “La fuerza de la ilusión”, “Eternamente joven”, “El buen hijo”, “North”, “Flipper”, “La tormenta de hielo” y “El olvidado mundo de Barney”.
Pero su papel más conocido es el protagónico de la saga de “El señor de los anillos”, Frodo Bolsón. También actuó en “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, “Mini espías 3D”, “Los crímenes de Oxford”, “La ciudad del pecado”, “Paris, je t’aime”, “Celeste y Jesse por siempre”, “Open Windows”, y en la serie “Wilfred”.
En entrevista con El País, Elijah Wood se refirió a la elección de los roles que interpreta: “No ocupo mi mente en pensar películas específicas para hacer. Es cierto que nunca he hecho de padre o una comedia romántica y son cosas por explorar. Mi aproximación es orgánica, busco los guiones que me hablan y que tengan una acción fuerte. Los cineastas son quienes me impulsan a escoger un proyecto”*.
* “Entrevistas digitales: Elijah Wood” en El País. http://www.elpais.com/edigitales/entrevista.html?id=10990