¡Qué pequeño es este mundo!
Cuando la Alicia animada se encuentra con la Liebre de Marzo y el Sombrerero Loco, Alicia descubre que también es su no-cumpleaños, y el Sombrero Loco suelta un “¡Qué pequeño es este mundo!”.
Johnny Farrell (Glenn Ford), el jugador en Buenos Aires que está a punto de ser asaltado, es salvado por Ballin Mundson (George Macready), quien lo invita a un verdadero lugar donde liberar sus vicios. Resulta que ese lugar es un casino, en el que Farrell terminará trabajando hasta volverse la mano derecha del propio Ballin, que resultó ser el dueño del lugar.
Ballin ya había tirado la máxima de que el juego y las mujeres no pueden convivir (sí, el juego y las mujeres, cosas de machos), pero resulta que va y se enamora y se casa al otro día con una tal Gilda (Rita Hayworth), que vaya si es pequeño el mundo, termina viajando a Buenos Aires para vivir con su esposo y reencontrarse con ese viejo amor llamado Johnny. Se casó para darle celos, pero ¿cómo lo encontró? Para los yanquis, todo sucede en Buenos Aires, un lugar en el que rara vez se habla español y en el que se puede contrabandear y evadir muy fácilmente.
El nacimiento de un cliché: Buenos Aires, paraíso del crimen yanqui
Farrell se está haciendo la vida en esa ciudad en la que le van a robar muy rápidamente en inglés, y donde va a trabajar para un empresario corrupto del juego que también es estadounidense, empoderado de un cartel que alguna relación con el nazismo tiene, mafia entre las mafias, pagando coimas y evadiendo impuestos y matones a cada instante.
¿Cómo nace un cliché? Con una gran película que plantea un estereotipo posible. Quizás fue antes, pero el cliché de la mafia en Buenos Aires ha quedado bien instaurado con “Gilda”, y siguen llegando norteamericanos a filmar crímenes en la capital de la República Argentina. Y se celebra siempre la visita de la estrellita, no importan sus fines nunca, obvio.
“Soy de América”. “Yo también soy de América”. Esa línea, esa sola línea nos devuelve algo de patria.
En todo el mundo se habla inglés
Más que un cliché, una necesidad de la industria de Hollywood: no importa el lugar, el idioma es siempre igual. Los que intentan decir una palabra en español tienen esas “u” y esas “ies” tan cruzadas como los no hispanos que intentan aparentar español en las cintas filmadas en Estados Unidos para una producción de ese mismo país. Pareciera que es muy difícil conseguir un verdadero nativo en general, y en particular, en “Gilda” no hay traductores: todos entienden perfecto el perfecto inglés que unifica.
Sin embargo, y como festejo, la multitud canta la “Marcha de San Lorenzo” en ese casino clandestino, pero bien puesto. ¿Qué festejan? El fin de la guerra. Ballin observa desde su panóptico, para cerrar indignado las mirillas y salir a proteger sus cárteles.
La traición de Rita Hayworth
El primer libro de Manuel Puig fue enterito para esa actriz completa, hermosura arquetípica del cine de Hollywood, postura de reina, movimientos de sirena, sonrisa de joven risueña not that inocent.
Todas las películas en las que actúa Rita Hayworth son películas de Rita Hayworth. Serán las historias más apasionantes del mundo, tendrán un enorme coro de estrellas siguiéndola, pero ella es la historia y el coro y los créditos finales. Ella, contoneándose, cantando, bailando, sacándose la pantimedia, revoloteándose los pelos; siendo golpeada, besada, deseada; indiferente, sonrisa inmensa, piernas larguísimas, escotes, vestidos de diva, un pitillo every now and then.
En las películas de Rita Hayworth, ¿cuál es el artilugio? Iluminarla, regalarle los mejores planos, las frases más escandalosas, pícaras; llenarle los ojos de luz en una penumbra total, dejarlos brillando. Y que todas las miradas se concentren en ella: acá, allá y en todos lados.
Mujer bonita
¿Cómo se presenta a otra mujer de belleza arquetípica? “Mujer bonita” de Garry Marshall tiene un comienzo muy similar a “Gilda”, sólo que no son dados los que ruedan, sino un par de monedas que se aparecen y desaparecen bajo las órdenes de un jugador que embauca.
Julia Roberts no es Rita Hayworth, ni intenta (ni intentan) serlo. Justamente porque se ha bautizado a una nueva empoderada, bajo el legado de las leyendas.
Pegame que me gusta
El macho pega. La mujer condesciende, aun cuando es la más hermosa del mundo. Condesciende porque el amor es más fuerte. Lindo mensaje da el cine clásico de Hollywood, ¿no? Después de unos cuantos golpes y humillaciones llega el final feliz.
Con la potencia de Gilda, cualquier abuso merece el más frío de los destierros. Por eso Gilda debería ser reivindicada. Gilda y “Gilda”. Salvada, como salva el tío Pio (las divas siempre tienen tíos, como Marilyn en “The Asphalt Jungle”) en el final a esa pareja que se ha venido evitando todo el rato. La salva el tío y la salva la policía. Y huyen finalmente a esas mejores tierras, a los Estados Unidos de América, a América, pero yo también soy de América, y acá también tenemos a nuestra propia Gilda.
Mulholland Drive, David Lynch. EE.UU., 2001.
Bailar es soñar con los pies: por eso el foxtrot del principio. Y otras anotaciones sobre Mulholland Drive.
Mulholland Drive es una calle y toda calle es un pasaje: un espacio de tránsito que se recorre para ir de un lugar a otro. Así, esta película es un camino que emprendemos al inconsciente de una mujer, más precisamente al “lugar” en el que transcurren los sueños.
David Lynch hace un corte en la cabeza de su personaje Diane y nos mete adentro de esa ranura. Nos sumerge en esa masa ultrailuminada que es un sueño profundo de ella. Transitamos durante más de una hora un hueco íntimo y plagado de signos como lo es todo sueño y en donde Diane es Betty, una joven recién llegada a Los Ángeles para triunfar en Hollywood. Su tía le ha dejado un departamento hermoso para que su estadía fuera fantástica. Pero adentro le espera una sorpresa: Rita, una mujer desconocida que ha sufrido un accidente y dice no recordar nada. Ni siquiera su nombre, se puso Rita por un afiche de Gilda que vio en el baño.
Betty está feliz y radiante, no para de sonreír y de ver todo claro y hermoso en el lugar que más quería estar en el mundo. Así que decide ayudar a Rita a reconstruir su vida. Empieza por el bolso, lo trae y juntas miran a ver si encuentran un dato: sólo hay dinero allí y una llave azul.
Hay en ese sueño una llave azul entonces que como toda llave abre y permite entrar. O cierra y entonces se sale. En el film la utilización de esa llave nos sacará a flote, lo cual es una manera de decir: nos saca del espacio de los sueños y nos coloca en el espacio de la vigilia de Diane. Esa atmósfera comenzaba a transformarse en algo menos comprensible que al principio. Salimos, pero nos espera lo peor. Además, Rita no encuentra a Diane en el espacio reducido del departamento: la rubia desapareció y la morocha amnésica abre la cajita azul.
La luz se ha apagado casi del todo o es otra luz. En la cama en la que antes vimos el cadáver de una mujer desconocida está Betty durmiendo, la rubia iluminada que desde el principio del film se la pasó sonriendo y anhelando las audiciones que le esperaban en Hollywod.y el brillo de sus ojos y de su cara, así como su sonrisa constante se han borrado. Es otra, aunque no tanto: es ahora lo que verdaderamente es. Antes era su idea de ella y lo cierto es que ahora se llama Diane y ya no tiene esperanza ni color.
Rita es Camila –el this is the girl, ahora sí va tomado sentido-. Toda esa trama oscura que no está muy alejada de la “realidad” del negocio de Hollywood parece tomar forma. Los teléfonos que sonaban, los hombres siniestros que manejan al director a su antojo y lo obligan a tomar a Camilla como actriz principal de su peli. Uno de esos teléfonos es el de Diane. Camilla la llama para confirmar que se encontrarán ¿dónde? En Mulholland drive.
Vuelta al principio, pero casi al revés y sin accidente. Diane va a una fiesta en donde todos los personajes son lo que son y no lo que ella soñó que eran: la administradora del departamento de la tía es la madre del director; Camilla es una chica más que besa en la boca a la verdadera Camilla y todo así.
Después el sicario, la depresión, el remordimiento y el disparo final. Pero como es Lynch, falta un acoso más que sufrir para la rubia: una mujer y un hombre diminutos entran por la ranura entre la puerta y el piso y la acosan: ellos son el síntoma manifiesto de la culpa. Y pensamos en El inquilino –ese encierro, esa soledad- y sí, Diane termina suicidándose.
David Lynch es un guionista, actor, productor y director de cine estadounidense, nacido en Missoula, Montana, en 1946. Además es músico, pintor, diseñador y fotógrafo.
En su juventud pasó por diversos institutos de arte en Estados Unidos y Europa, y ya en 1966, estudiando en Filadelfia, dirigió sus primeros cortos. Mientras continuaba con sus estudios, Lynch empezó a trabajar en su primer largometraje, “Eraserhead”, que se estrenaría en 1977. Dirigió además “El hombre elefante”, “Dune”, “Terciopelo azul”, “Carretera perdida”, “Mulholland Drive”, y las series “Rabbits”, “Dumbland”, “Hotel room” y “Twin Peaks”. Su película “Corazón salvaje” de 1990 obtuvo la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
En entrevista con Los Inrockuptibles, esto dijo David Lynch sobre sus búsquedas en el cine: “No me gustan demasiado las películas que hablan del presidente de los Estados Unidos o de un gigantesco escándalo militar o político… Me gustan los films que se ubican sobre un terreno más pequeño, en la intimidad de un vecindario: un montón de casas y de jardines, un garaje y un coche, una chica ahí, a la derecha, que acaba de mudarse, esa familia de allá, cuyo padre está loco, etc. Esas películas son más diferentes, más precisas… Ese mundo del vecindario tiene una superficie tranquilizadora y trivial, pero también tiene sus zonas oscuras, sus abismos, que son tan profundos como en cualquier otro lado. Lo que más me gusta, por encima de todo, es explorar esos abismos, sondear sus profundidades”*.
* David Lynch, julio 1998. Por Serge Kaganski para Los Inrockuptibles. En el libro “Los Inrockuptibles: 50 entrevistas”.
Y que sea un gran poemademiércoles: «Herencia» de María Teresa Andruetto, de su libro «Sueño americano».
Quería ser pintora o profesora.
Después conocí a Dylan, a Burroughs,
a Warhol. Fui a la tumba de Morrison,
a lo de Jim, a París, a París. Y no sentí
nada. Después visité a Rimbaud. A Genet.
Al Conde de Lautremont. De pintora pasé
a cantante de rock. Y más tarde al Dakota
a recordar a Lennon. Y a Greg. Y a Fred.
Y a Mapplethorpe. De ahí a estrella
con mi hermano Todd. Años buscando
palabras, queriendo decir de otro modo,
pero no encontré nada, así que vuelvo
a casa. ¡No voy a quedarme parada
sobre las tumbas de esta gente!
El Cannes 2015 ha finalizado y ahora resta que las películas se distribuyan mundialmente. Una espera más que válida para uno de los festivales más prestigiosos del mundo, que tras 68 ediciones ha sabido seleccionar y galardonar a ese cine no del todo comercial, a esas películas del mundo que merecen ser conocidas.
En esta nota destacamos cinco películas presentadas en la edición 68 del Festival de Cannes que no queremos perder de vista. Todos los ganadores de la edición, al final de la nota.
“Carol” de Todd Haynes (Reino Unido, 2015), protagonizada por Rooney Mara y Cate Blanchett, está basada en la segunda novela de Patricia Highsmith, “El precio de la sal”. “Carol” es la historia de una vendedora de Nueva York que se enamora de una mujer casada y con una hija. Por “Carol”, Rooney Mara obtuvo el premio (compartido) de Mejor interpretación femenina.
“Mia madre” de Nanni Moretti (Italia, 2015) enfrenta a una cineasta a la inminente muerte de su madre. La película está protagonizada por Margherita Buy, John Turturro, y el propio Nanni Moretti, que en 2001 obtuvo la Palma de Oro (el premio mayor del festival de Cannes) por su película “La habitación del hijo”. En esta ocasión, “Mia madre” fue galardonada con el Premio del Jurado Ecuménico.
“Nie yin niang” (La asesina) de Hou Hsiao-Hsien (Taiwán, 2015) es una película de artes marciales que retrata la lucha de clanes de diferentes provincias, con una asesina como protagonista. Hsiao-Hsien también dirigió “Flores de Shangai” y “Café Lumière”, y por “The Assassin” obtuvo el premio al mejor director.
“La patota” de Santiago Mitre (Argentina, Brasil, Francia, 2015), protagonizada por Dolores Fonzi, participó de la competencia de la Semana de la crítica, y fue distinguida con el premio mayor (Grand Premio Nespresso) y el FIPRESCI. “La patota” (o “Paulina” en la competencia) es una remake del film de Daniel Tinayre de 1961, protagonizado por Mirtha Legrand, y cuenta la historia de una profesora que es violada por sus alumnos.
“La tierra y la sombra” de César Augusto Acevedo (Colombia, Francia, Holanda, Chile, Brasil, 2015), es otra de las películas latinoamericanas galardonadas en el festival de Cannes, con los premios Cámara de oro (mejor ópera prima) de la Sección oficial y el Premio Revelación France 4, de la Semana de la crítica. En “La tierra y la sombra” un campesino retorna al hogar para cuidar de su hijo enfermo, y descubre que esa vieja tierra suya ha cambiado tanto, que deberá luchar para que una amenaza latente e invisible no los termine expulsando.
Sección Oficial
Palma de Oro: Dheepan de Jacques Audiard. Francia, 2015.
Gran Premio del Jurado: Saul fia (Son of Saul) de Laszlo Nemes. Hungría, 2015.
Premio al Mejor Director: Nie yin niang (The Assassin) de Hou Hsiao-Hsien. Taiwán, 2015.
Premio del Jurado: The Lobster de Yorgos Lanthimos. Grecia, Irlanda, Reino Unido, Países Bajos, Francia, 2015.
Premio al Mejor Guión: Michel Franco (guionista y director) por Chronic. México, 2015.
Premio a la Interpretación Femenina ex aequo: Rooney Mara por Carol (Todd Haynes. Reino Unido, 2015); y Emmanuelle Bercot por Mon Roi (Francia, 2015).
Premio a la Interpretación Masculina: Vincent Lindon por La loi du marché (Stéphane Brizé. Francia, 2015).
Palma de Oro a Mejor cortometraje: Waves 98 de Ely Dagher. Líbano, 2015.
Mención especial a
Cámara de Oro (Mejor opera prima): La tierra y la sombra de César Augusto Acevedo. Colombia, Francia, Holanda, Chile, Brasil, 2015.
FIPRESCI Sección Oficial: Saul fia (Son of Saul) de Laszlo Nemes. Hungría, 2015..
Un Certain Regard (Una cierta mirada)
Premio Un Certain Regard (Mejor Película): Hrútar de Grímur Hákonarson. Islandia, 2015.
Premio Especial del Jurado: Zvizdan (The High Sun) de Dalibor Matanic. Croacia, 2015.
Premio a la mejor dirección: Kiyoshi Kurosawa por Kishibe no tabi (Journey to the Shore). Japón, 2015.
Premio ‘Un cierto talento’: Comoara (Treasure) de Corneliu Porumboiu. Rumania, 2015.
Premio Avenir (futuro prometedor) ex Aequo: Masaan de Neeraj Ghaywan (India, Francia, 2015); y Nahid de Ida Panahandeh (Irán, 2015).
FIPRESCI Una cierta mirada: Masaan de Neeraj Ghaywan. India, Francia, 2015.
Quinzaine des réalisateurs (Quincena de realizadores)
Art Cinema Award: El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra. Colombia,Venezuela, Argentina, 2015.
Premio SACD: Trois souvenirs de ma jeunesse (My Golden Years) de Arnaud Desplechin. Francia, 2015.
Label Europa Cinema: Mustang de Deniz Gamze Ergüven. Francia, Alemania, Turquía, 2015.
Premio Illy de cortometraje: Rate Me de Fyal Boulifa. 2015.
Mención especial cortometraje: The Exquisite Corpus de Peter Tscherkassky. 2015.
Semana de la Crítica
Grand Premio Nespresso: La Patota (Paulina) de Santigo Mitre. Argentina, Brasil, Francia, 2015.
Premio Revelación France 4: La tierra y la sombra de César Augusto Acevedo. Colombia, Francia, Holanda, Chile, Brasil, 2015.
Premio Gan Foundation para la ayuda a la distribución: Ni le ciel, ni la terre (The Wakhan Front) de Clément Cogitore. Francia, 2015.
Premio Canal + de cortometraje: Ramona de Andrei Cretulescu. Rumania, 2015.
Premio Decouverte Sony Cinealta de Cortometraje: Varicela de Fulvio Risuelo.
FIPRESCI: La Patota (Paulina) de Santigo Mitre. Argentina, Brasil, Francia, 2015.
Premio del Jurado Ecuménico: Mia Madre de Nanni Moretti. Italia, 2015.
Menciones especiales para: La loi du marché de Stéphane Brizé (Francia, 2015); y Taklub de Brillante Mendoza (Filipinas, 2015) en Un certain regard.
Molesta bastante el tono buchón que adquieren ciertos comentadores de películas, por ejemplo. Amén de esta pequeña nota de color, vale la nota como recomendación de las dos películas: la ya recomendada con ganas «Historias mínimas» de Carlos Sorín y «Welcome to me» de Shira Piven (EE.UU., 2014).
¿Qué las une? Una pequeña parte de una escena, un par de tomas: María Flores y Alice Klieg (Kristen Wiig) están en un programa de televisión (para Alice no es la primera vez, pero casi que sí), y la cámara se les acerca para un primer plano tan intimista que por un momento se olvidan por completo de dónde están, hay un silencio musical dando vueltas y ven cómo la lente se va acomodando para proyectarlas a ¿todo el mundo? (probablemente muchísimo menos).
Dejamos los gifs y la recomendación.
¡Buen martes!
Home, Ursula Meier. Suiza, Bélgica, Francia, 2008.
La madre debe ser protegida. La madre no puede cruzar la autopista. La madre gira con el viento que arrasa desde los autos hacia las prendas de vestir que intenta colgar en el tender. La madre no puede salir de la casa, se obsesiona con la Radio Carretera y sus informes cada 7 minutos en inglés y francés. La madre está como dormida, desgajada, sin fuerzas, y confirmamos que está loca cuando su cuerpo es una sombra que se mueve por la esquina de una casa en penumbras.
La casa en penumbras es obra del padre. La más grande de las hijas finalmente se ha ido con uno que la rescató -en su convertible rojo- de esa casa de locos. La del medio calcula todo, desenmascara peligros, encuentra a la muerte deambulando por todos lados. Y el más chico quiere jugar, tal vez correr por esa autopista hasta ahora muerta, llenarse de brea hasta el fin de los tiempos, crecer feliz y sin preocupaciones, hasta que crece y todo lo atormenta.
“Home” es una casa al costado de una autopista muerta que de pronto comienza a funcionar. ¿Por qué los habitantes de esa casa viven ahí? Porque es el único lugar que la madre soporta. Hace más de 10 años que viven en esa casa, que han hecho de la ruta un patio de juegos. Con los obreros poniendo finalmente en condiciones a la autopista, los humores de esa familia al margen cambian. ¿Por qué no se van? Porque es el único lugar que la madre soporta, y no piensa abandonarlo.
¿Qué le pasó a la madre? No lo sabemos ni vamos a saberlo. La hija, la del medio, en el principio de la película, se atreve: “¿por qué no vuelves a trabajar?”, le pregunta. Así sale, así se reincorpora a la vida. Pero la madre dice que debe cuidarlos, aunque los niños no están en la casa en casi todo el día, y la hija mayor se irá en cualquier momento.
Cuando se va, todo se desmorona. O, mejor, se construye el muro. El muro final para una casa que ya no se puede habitar. Un muro que encierre, que tape los ruidos, que devuelva la tranquilidad que alguna vez tuvieron. La madre, Marthe (increíble Isabelle Huppert) hace semanas que no duerme. No soporta los ruidos, deambula errática y con las ropas blancas por colgar para que finalmente se sequen. Nada se seca, todo se contamina: por los gases de los autos y por ese ruido infernal que la ha desestabilizado completamente.
“Home” es dos imágenes: la oscuridad de los cuartos de la casa donde intentan respirar los cuatro habitantes que resisten, y el sol inmenso proyectando el pelo colorado de la madre por todos los rincones, cuando finalmente rompe el muro para respirar. Rompe el muro que ha construido el padre. Y sale primera con sus hijos detrás a caminar a la vera de esa autopista que hasta entonces los ha oprimido.
Y “Home” es tres sonidos: el silencio de las noches tiernas jugando en familia, que intentarán recuperar en el claustro; el bullicio de los autos, camiones, hard rock, Radio Carretera e histeria; y la liberación, el poder en la voz de Nina Simone, que desgarra el muro con la masa de “Wild is the wind” para arrastrar el viento por los cuerpos devastados que abandonan la casa.
Una canción libera y queda una casa a oscuras, con una puerta a medio cerrar para siempre. “Home” es también una postal de todo lo que no es al costado de una ruta cualquiera por donde pasan miles de autos que se dirigen a otro lado. La ruta no es un destino sino un pasaje. Tal vez, si hay poco tráfico y el camino se está volviendo largo y tedioso, un conductor logre reconocer cuatro cuerpos caminando sin rumbo por el olvido. Los perderá de vista muy pronto, nunca contará su historia y no sabrá que probablemente son una ausencia, apenas una sombra a medio andar.
Lluvia, Paula Hernández. Argentina, 2008.
Los espejos y el agua.
«El agua es traslúcida, pero al mismo tiempo distorsiona la visión, y esto es lo que les pasa a los personajes, porque ellos pueden ver o dejar ver ciertas cosas, aunque hay algunas que están frente a sus ojos y por su estado anímico no las pueden ver», dijo la autora en relación al papel dramático que la lluvia tiene en su filme.*
Una separación tras nueve años de relación lleva a la protagonista a dar vueltas en su auto por toda la ciudad, con sus cosas adentro. No se muda enseguida al refugio de otro departamento, sino que se impone divagar en una mudanza prolongada. Además, compra un Evatest.
Una separación más larga –de casi 30 años- aflige a él. Viene de España a ver a su padre moribundo. Hace décadas que no se hablan, de hecho nunca lo hicieron verdaderamente porque a los seis años la madre del protagonista se lo llevó y el padre nunca lo buscó. O así parece.
Lluvia y embotellamiento encierran a ella un poco más todavía en su auto. Fuma, intenta comer y mira sin ver a su alrededor. De pronto, él sube a su auto y le dice que no tenga miedo, que no le hará nada. Se está tan bien aquí adentro, no se cansa de repetir él. Seguramente para ella no es así. Casi lo contrario.
Hasta aquí, el primer encuentro entre dos desconocidos totales que sortean la distancia y se acompañan. Sí, ¿quién dijo que lxs que deben contenernos en momentos de angustia y desolación son nuestrxs conocidxs de siempre: amigx, hermanx, madre o padre? También la balsa puede ser un ser extraño que no por casualidad arribó de prepo en nuestra vida.
Además, ese desconocido puede ser nuestra imagen del otro lado del espejo: así los personajes de Lluvia. Ella es extranjera en el departamento que compartió con Andrés y él es un intruso en lo que fue la casa de su padre los últimos años de su vida. Ella da vueltas en círculos por una ciudad que, aunque propia, por esos días de diluvio le es tan ajena. Él es un español en Buenos Aires. Ambxs buscan algo y tratan de hacer un duelo. Como pueden o como les sale lloran lo que les pasa. Y al encontrarse se transforman en el rayo de sol que le falta a la ciudad. Lluvia tiene una estética húmeda: agua y lágrimas, vidrios empañados, calles mojadas, paraguas y los hombros para arriba cuando te bajás del auto y corrés a comprar puchos. Parece que todxs creemos que así nos mojaremos menos. Esa corridita entre rápida e incómoda a la que nos somete la lluvia afuera es el ritmo de esta película mínima que pone el ojo en dos personas y en ver qué pasa ahí. Lluvia tiene poca luz casi siempre. Algo nubla la atmósfera como en el mejor romanticismo: el clima reflejando el estado de ánimo de los personajes. La figura del agua que no para de caer como reflejo de lo que desborda a los personajes. Hay un afuera y un adentro que se continúan en la lluvia constante.
Por eso, al final… sale el sol. Él vuelve a España, ella se hace el test y dice: Bueno. Sale a la calle y la luz ha cambiado. La nube se corrió, quizá ha llegado momentos antes el remanso.
La balsa parte, el agua se calma y la vida sigue.