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Los caprichos de Julie Delpy

Un espacio sin críticos, sólo libros, películas y música conectados así nomás, como toda cosa.

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pink floyd

25 de junio de 2015 – II Programa 59

EL LADO OSCURO DEL ARCOÍRIS
(March cheerfully out of obscurity into the dream)

Parte 1:
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Parte 2:
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Parte 1:
Fragmento de «Hallazgo de la vida» de César Vallejo.

Elton John – Goodbye Yellow Brick Road

Película: «El mago de Oz» (Victor Fleming, Mervyn LeRoy, Richard Thorpe, King Vidor)

Pink Floyd – Speak to Me/Breathe (In the Air)

Fragmento de «Helecho» de Julio Cortázar.

Pink Floyd – Time

Fragmento de «El mago de Oz» de Lyman Frank Baum.

Pink Floyd – The Great Gig in the Sky
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Biopic: Paul Giamatti.

Dizzy Gillespie – Oh! Lady Be Good (canta Joe Carroll, de la película «American Splendor»)

Los caprichos de la semana: Agenda cultural.

In a world: El lado oscuro del arcoíris

Pink Floyd – Money
Pink Floyd – Us and Them
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Parte 2:

Película: “The Congress» (Ari Folman)

Sumo – No te pongas azul

Fragmento de «Un mundo feliz» de Aldous Huxley.

Bob Dylan – Forever Young
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El mago de Oz – The Congress

El mago de Oz (The Wizard of Oz), Victor Fleming, Mervyn LeRoy, Richard Thorpe, King Vidor. EE.UU., 1939.

Soñar, pero con un ojo abierto.

“Bueno, claro. Si después de pasarla tan bien con la imaginación, no te bancás nada de la realidad, estás frito. Pero uno se acostumbra. Mirá: si sabés disfrutar con lo que imaginás, a la realidad por más espantosa que sea la tenés dominada.”

Silvia Schujer
«Las visitas».

La lección que nos da el niño protagonista y narrador de la hermosa novela Las visitas de Silvia Schujer bien puede pesarse en relación a Dorothy y su historia en El Mago de Oz, ya que es una niña que al no ser escuchada por sus tíxs debido al trabajo excesivo que demanda una granja en Kansas –y en cualquier lado-, sueña que viaja al país que está detrás del arco iris, ese al que todxs fuimos alguna vez, ¿o no?
Así la infancia como espacio en el que soñar a raja tabla es posible. Imaginar otro mundo casi sin parangón con el que habitamos, al menos en aspecto. Porque hay que aclarar que por más onírico y deseado que sea eso que Dorothy imagina, la maldad, los antagonismos, el engaño, la mentira y la injusticia también existen. Aunque, no olvidemos, los aliados se le aparecen en los jardines: un espantapájaros que quiere cerebro para poder pensar, un hombre de lata que desea un corazón y un león que no es valiente y necesita coraje. Porque sí, todos buscan algo, hasta en ese mundo, el que está detrás del arco iris. La carencia existe en cada personaje. Como en la vida.
Además, me retracto: Dorothy no es una niña. La edad de la protagonista tiene mucho que ver si pensamos la historia –un poco- en clave psicológica. Ella está en esa etapa que es un tornado –como el que arrasa la granja- porque mucho de lo que la edificaba se viene abajo. Dorothy atraviesa una transición: deja de lado la niña que fue porque la mujer incipiente empieza a ocupar un terreno importante en su cuerpo y en su personalidad, en su todo. Por eso reclama atención, se sabe ahora portadora de una voz que tiene derechos de reclamar. No quiere que su perro sea un arrebato más de la millonaria del pueblo. Quiere justicia y quiere gritar, rebelarse*.
Sin embargo, conserva de la niña que ¿es-fue? una visión, es decir, una forma de ver: los colores de ese mundo que imagina encandilan y un caminito de ladrillos amarillos la lleva hasta el Mago de Oz con una cancioncilla que –y sí, somos adultos- nos hace sospechar porque dice: si es que existe. Y finalmente Dorothy llega al Castillo Esmeralda, pero el Mago no es de carne y hueso, sino una imagen virtual. En esto sí, cómo se adelantó a sus tiempos una película que en el año 1939 imagina que el mandamás o el portador de un saber o poder excepcional sería una máquina. Por suerte, llegando al final, vemos al verdadero que no es tan mago eso sí, sino un juguetón bonachón que reparte los dones que pedían los aliados de Dorothy, pero tienen la forma de medallas baratas.
Lo que pasa es que los dones los recibieron en la lucha contra la Bruja mala. Ya está: los dones estaban en el interior de cada uno y la aventura que el Mago de Oz les obliga a atravesar permitió que afloraran. Fin del cuento.
Termino así esta reseña porque algo me molesta mucho de El Mago de Oz y es su gran tono pedagogizante y moralista. Las imágenes son bellísimas, la trama es llevadera y muy entretenida. Sin embargo, parece que a lxs niñxs todo el tiempo se les debe inculcar los valores culturales impuestos por los años y las élites. Dorothy despierta del sueño con una enseñanza: en ningún lugar mejor que en casa. Lo cual es, encima, mentira. Porque el éxito y el bienestar de una persona no dependen del lugar en el que nació ni le debe nada éste. El éxito o la sabiduría o todo lo bueno que queramos enumerar nos espera en muchos, muchísimos lados, incluso lejos de casa.
Celebro que en nuestro tiempo existan manifestaciones artísticas completamente pensadas para niños y adolescentes que se escapan de esta idea y ya no bajan línea constantemente acerca de lo que hay que aprender para vivir. Las visitas de Schujer es un gran ejemplo de la esperanza.

* Y suena Vallejo:
“La creada voz rebélase y no quiere
ser malla, ni amor.”
(Trilce, Poema V)

El congreso (The congress), Ari Folman. Israel, Francia, Bélgica, Polonia, Luxemburgo, Alemania, 2013.
¿Hacia dónde se dirige el cine y el star systmen? ¿Cine y star system se volverán finalmente uno? “The congress” es una inquietud. Una molestia, quizás, para el ojo empoderado. Pero “The congress” es también una alucinación psicodélica que tiene lo mejor de las animaciones y los climas de “The Wall” y “Yellow submarine”. Es una experiencia de ácidos, un sueño pesado en una noche de mucha fiebre, el umbral a la irrealidad, un trastorno que trastoca al mundo.
Si Robin Wright (sí, la Jenny de Forrest, la Claire de “House of Cards”) pelea con la industria del entretenimiento es porque se niega a quitar al individuo del medio, del medio de la marcha de la historia. Al individuo, claro, que no seguirá en el púlpito dirimiendo todas las cuestiones. El individuo que acata, que responde al señor Ford, que se droga en consecuencia. El individuo que no respira por motu propio sino merced a las exigencias vendidas en el marco del libre albedrío, con la solución perfecta a todos los problemas en una pequeña capsulita eterna. Eterna porque ese no-individuo no reconocerá a la muerte, no sabrá lo que es el horror por más que lo esté viviendo, vivirá en un hermetismo de placer amorfo, sin cuerpos ya, sólo sustancias flotando enmascaradas, fácilmente manipulables, explotables, dirigibles… Si hubiesen querido hacer una versión de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley no les hubiera salido tan locamente perfecta. Pero “The congress” está basada en “El congreso de futurología” de Stanislaw Lem.
A Robin -el nombre, la marca- le ofrecen un último trabajo en la Miramount (Miramax-Paramount): escanearla para utilizar su registro digital en cualquier película, volverla protagonista de las películas que rechazó, volverla joven eternamente. Para eso debe desaparecer. Robin lo rechaza pero finalmente lo acepta. Ve cómo los trabajadores del cine se van reubicando o perdiendo sus trabajos. Esta es su última oportunidad. Recibe monedas pero necesita un respiro para cuidar de su hijo. Su hija se terminará yendo, se volverá marginal, como su hermano, pero por razones diferentes. La enfermedad del hijo, su imposibilidad de ver el mundo de la manera autorizada (síndrome de Usher), suma a la trama sólo para contrastar con la realidad alternativa del mundo futuro, el mundo de los narcóticos y los cuerpos animados. Y le permite a la madre tener algo por qué luchar, un recuerdo, una verdad (aunque eso es conveniencia narrativa).
Después de escaneada, ella se vuelve aún más famosa, símbolo de la Miramount, pero será olvidada: lo que existe es el chip, no la persona. Es el comienzo del fin, del fin de la humanidad, o de lo que nos vuelve humanos, al menos. Cuando llega el momento del congreso de futurología, Robin debe viajar a Abrahama, una zona exclusivamente animada. Una zona alucinógena, en verdad: debe tomar una droga para poder entrar. Finalmente empieza la locura. Los campos se llenan de monstruos multicolores, la ruta es un arcoíris floreado a punto de sucumbir. ¿Por qué no sucumbe? Porque Robin quiere ver esas ballenas y arcoíris y ese palacio de cristal al final del camino. ¿Cómo llegó al congreso?, no lo sabemos. En verdad ya no. En Abrahama entramos en un terreno que no tiene nuestras reglas. Somos nosotrxs, espectadores, quienes entramos en un mundo imposible, imposible porque no es nuestro. Pero en ese mundo sí existe Reeve Bobs, ese genio de la informática que ha vendido su alma a las corporaciones, que ha mordido la manzana.
En ese mundo también existen los rebeldes, que han tomado el congreso, pero que no han podido evitar la popularización del último hallazgo: el narcótico que permite volverte quien quieras, quien sea. El cine ha desaparecido: ahora todos pueden ser estrellas, todos pueden beber la esencia de sus personajes preferidos. La identidad ya estaba perdida pero ahora es imposible encontrarse, reconocerse, vivir juntos. Cada uno está en su esfera, en su pequeño mundo privado, siendo Michael o Yoko o Bowie o Robin Wright, que sólo quiere saber de su hijo, qué se siente ser su hijo, poder abrazarlo aunque sea en la imaginación, el último campo libre, finalmente coartado.
¿Qué hay detrás de tanta máscara? Cucarachas, cuerpos sucios, paredes viejas, ocres; ropas uniformes, abrigadas, ensimismadas; ni un poquito de toda esa belleza alucinógena. El cine ya no existe, tampoco Robin Wright, tampoco eso que alguna vez llamamos “verdad”. Existen, sí, unos diez o quince tipos y tipas en una planta alta de un aeropuerto, controlando la puerta de salida, no sea que Truman se escape y descubra el rock, quiera romper el muro, escapar en un submarino amarillo, encontrar la fórmula para volver a empezar de cero, tabula rasa sobre tanta locura infantil.

El lado oscuro del arcoíris

En la década del ’90 a algunos fanáticos se les ocurrió mezclar la clásica película “El mago de Oz” con el disco de 1973 de Pink Floyd, “The dark side of the moon”. No se sabe quién fue el primero, ni si llegó por asociaciones previas o por escuchar casualmente el disco mientras se reproducía la película. La cuestión es que los resultados son alucinantes. Pink Floyd le aporta a “El mago de Oz” atmósferas, climas y la idea recurrente del sueño, que se va a develar sólo en el final de la película.
El proyecto se llamó “The dark side of the rainbow” (el nombre del disco mezclado con “Somewhere over the rainbow”), y para que surja la magia de Oz el disco debe reproducirse sin interrupciones desde que el león de la MGM ruge por tercera vez. El disco debe repetirse, debe sonar más de dos veces para acompañar a la película. Hay más asociaciones claras en la primera pasada del disco (en la primera parte de la película), pero después de los 40 minutos sigue habiendo puntos de encuentro.
Pink Floyd negó haberse inspirado en la película para crear el disco y han dicho que el vínculo es fruto del trabajo de personas con mucho tiempo. Lo que no se puede negar es que la reproducción conjunta de las dos obras es una experiencia lunática. Recuperamos apenas cinco asociaciones, las más obvias, e invitamos a hacer la prueba (con el audio de la película apenas audible, para que las dos reproducciones no generen ruidos):
[DESCRIPCIÓN DE UNA SECUENCIA]
En la primera reproducción del disco, las canciones “Time”, “The great gig in the sky” y “Money” acompañan al desarrollo del conflicto y la entrada a Oz:
“Time” sincronizada con “El mago de Oz” empieza con la señora Gulch, apoderada de la comarca, arribando a la granja de Dorothy para reclamar a Totó, el perro. El reloj marcando la hora de “Time” indica que la verdadera acción está por comenzar: Dorothy escapa de la casa a la voz de “run” y se encuentra con el mago de la bola mágica. “Time” recuerda constantemente ese deseo de volver a casa (“Home, home again…”), que va a ser el objetivo de Dorothy. Estamos aún con la película en sepia.
The Wizard of Oz 1
“The great gig in the sky”, esa maravilla inspiracional de casi cinco minutos, acompaña al pasaje al otro mundo quizás más conocido de la historia del cine, a la escena del tornado que lleva a Dorothy al mágico mundo de Oz. La canción recrudece el ambiente de desesperación de Dorothy por llegar con su familia y resguardarse del tornado. Pero, con la niña inconsciente por un golpe en la cabeza, el tornado levanta la casa y mientras Clare Torry sigue cantando al filo de toda existencia, Dorothy se descubre dentro del tornado, ve a sus vecinos volar por los aires, descubre a la señora Gulch, ya convertida en bruja, y finalmente cae sobre un nuevo mundo. Es el otro lado del arcoíris, el lado oscuro de la luna, el sueño. Seguimos aún con la película en sepia, pero por muy pocos segundos.
The Wizard of Oz 2“Money” es la puerta que se abre de la casa que ha caído sobre una bruja, en una tierra desconocida bañada de technicolor. “Money” abre la puerta al color de Oz y Dorothy descubre con “Money” ese otro mundo. Justo con “Money”… Aun cuando lo rechacen, los integrantes de Pink Floyd -que han hecho constantemente una crítica al sistema con su música- no pueden menos que reconocer que esta relación azarosa los pone un poco en evidencia.
The Wizard of Oz 3

A “Money” le sigue “Us and them” en el disco, pero es recién en la segunda pasada de “The dark side of the moon” cuando descubrimos este enlace que refuerza la entrada de Dorothy y sus amigos a la habitación del mago. Los cuatro están asustados, hay un halo de misterio en ese mago, y el pasillo que acompaña a los primeros pasajes de la canción no se las hace nada fácil. Finalmente se encuentran con esa cabeza enorme bañada de fuego. Tardarán en descubrir el artilugio, pero mientras tanto “Us and them” ha infundido su cuota de terror, terror a lo desconocido que asombra, que nubla, a lo más profundo de la pesadilla de la que Dorothy no puede despertar para volver con esos amigos lunáticos suyos, esos seres de su dañado cerebro (“Brain damage”).
The Wizard of Oz 4[«Eclipse»-«Speak to me»] El Hombre de Hojalata no tiene corazón y Pink Floyd se lo da. Pink Floyd resulta ser entonces el verdadero Mago de Oz. Justo cuando Dorothy, Totó y el espantapájaros lo descubren, la primera reproducción completa del álbum está llegando a su fin. Y “The dark side of the moon” termina y empieza con el latido de un corazón, un latido que suena cuando el Hombre de Hojalata reclama ese músculo sentimental para su endurecido cuerpo.
The Wizard of Oz 5¿Ya hiciste la prueba? ¿Qué otras asociaciones querés resaltar? La invitación está hecha, bienvenidxs al lado oscuro del arcoíris.
«The dark side of the moon» completo:

22 de noviembre de 2014 – Programa 36

Parte 1:
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Parte 2:
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Parte 1:
Fragmento de «El limonero real» de Saer.

Pink Floyd – In the flesh?

Película: «Pink Floyd The Wall» (Alan Parker)

Pink Floyd – Another brick in the wall (Part 1)

Fragmento de «Un mundo feliz» de Aldous Huxley.

Pink Floyd – The happiests days of our lives
Pink Floyd – Another brick in the wall (Part 2)
Pink Floyd – Another brick in the wall (Part 3)


Fragmento de «Aquel ladrillazo en la cabeza» de Fabián Csas.

Pink Floyd – Vera
Pink Floyd – Bring the boys back home
Pink Floyd – Comfortably numb

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Biopic: Andrew Lloyd Webber.

Israel Kamakawiwo’ole – Somewhere over the rainbow

In a world: Adaptaciones teatrales en el cine II: musicales

Sinéad O’Connor & The Band – Mother

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Parte 2:
Hedwig and the Angry Inch – Wig in a box

Película: «Hedwig and the Angry Inch» (John Cameron Mitchell)

Hedwig and the Angry Inch – Midnight radio
Hedwig and the Angry Inch – Freaks

Fragmento de «La insoportable levedad del ser» de Milan Kundera.
Fragmento de «El banquete» de Platón.

Hedwig and the Angry Inch – The origin of love
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«Ser otro» de Naty Menstrual.

Hedwig and the Angry Inch – Wicked little town

Los caprichos de la semana: Agenda cultural.

Poema 32 de «La energía de los esclavos» de Leonard Cohen.

Leonard Cohen – Almost like the blues

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Pink Floyd The Wall – Hedwig and the Angry Inch

Pink Floyd The wall, Alan Parker. Inglaterra, 1982.
En el año 2012 en un suplemento especial de la Rolling Stone sobre The wall, Claudio Kleiman escribe refiriéndose a la película: “Seguramente una de las claves de su permanencia es que la visión de Waters de una sociedad autoritaria, que ejerce la violencia física y psíquica a través de la guerra, la familia y la escuela, no hizo más que profundizarse durante los años transcurridos desde su aparición. ¿La realidad imita al arte?”.
Estamos totalmente de acuerdo con dicha lectura: los discursos sociales proliferan y calan hondo día a día en nuestra piel sensible; poco a poco, la insensibilidad y el entumecimiento del pensamiento y del sentimiento se notan. Ahí, la depresión, o mejor, cierto estado de anhedonia: de incapacidad de sentir frente a nada, lo que podríamos exagerar al comparar con una incapacidad de ser. El muro se levanta ladrillo a ladrillo cuando se vislumbra lo que las instituciones, desde siempre, hacen de nosotrxs. Le pasa a Pink Floyd –el protagonista del film-, y le ha pasado y le seguirá pasando a muchxs.

Primera institución: la familia. Veamos qué nos explica Bordelois -en su ya citado libro La palabra amenazada- sobre su etimología: “Tomemos por ejemplo la palabra familia. ¿De dónde viene familia? (…) En latín, famulus significa esclavo. Las familias romanas, que eran familias extendidas, donde vivían conjuntamente muchos parientes de distintas generaciones y diferentes grados de consanguinidad, albergaban también a los esclavos, y una famulia o familia es en realidad, lingüísticamente, un conjunto de esclavos.” Es claro: en el seno de esa madre sobreprotectora y al frío de esa ausencia tan grande que significa un padre que ya no está es donde Pink comienza a levantar el muro.
Segunda institución: la escuela. Centrada en la figura del maestro autoritario y siniestro que lastima física y psicológicamente para enseñar –la letra con sangre entra-, en la película observamos un ladrillo más que se erige sobre la humillación de la exposición a la que es sometido Pink en el espacio de la escuela. De allí toda la fantástica imaginería acerca de la maquinaria escolar entendida como una picadora de carne luego de hacernos a todxs iguales. Me lo hubieran dejado hacer a mi manera, ruge el maestro-títere cuando ya la ley está sobre el protagonista.
Tercera institución: el matrimonio. A esta altura, en la convivencia con su mujer, Pink ya está algo más aislado que antes. Dejó de buscar al padre en cada hombre solo que veía, o en cada hombre que hamaca a sus hijxs, dejó de preguntarle a la madre y de acostarse con ella cuando el miedo puebla la habitación de sombras y la escuela terminó por suerte –así como también la guerra esa que se llevó a su padre tampoco existe-, es decir que mitad muro ya se ha levantado. Pero el amor, el amor es otra cosa aunque tampoco logra sacarlo. Pink desatiende a su mujer, deja de mirarla y de abrazarla y la separación se convierte en un hecho, pero el amor golpea adentro y lo obliga a levantar el teléfono hasta que la voz de otro hombre…Un ladrillo más y será el último importante, durísimo de roer.
Cuarta institución: la guerra. Esta, la más sangrienta, atraviesa toda la vida de Pink. Su padre fue soldado y no volvió. La madre oculta el pergamino en el que se le informa de la peor de las pérdidas, pero el niño lo encuentra. Llora un poco y se disfraza de su padre: se pone esa ropa de soldado que conforman la imagen que le legó, un recuerdo poco nítido. Tambalea: “Papi, ¿qué más me dejaste?” Los bombardeos, la sangre, los muertos y el modo de mostrar esas imágenes en The Wall acentúan cierta incomodidad en el espectador/a instalando la misma pregunta de siempre: ¿quién puede creer que la guerra es mejor o que es una solución posible? Sin embargo, en ese momento -1982-, en el del estreno de la película, nuestro país se embarcaba en una inexplicable contra –justamente- Inglaterra.
Después están la industrialización, el mercado, la política, la demagogia y el rock. Pero esos ladrillos son menos irrompibles y además Pink ya está hacia dentro consumiendo TV y recostado en un sillón con el control. Hasta que el rock industria o rock mercado lo viene a buscar de la mano del manager. Hay que salir, pero no se ve nada afuera: todo es un torbellino ininteligible que debe atravesar. La imaginación lo lleva a pensarse como una figura demagógica y nazi. El martillo es el símbolo al que el público mira obnubilado mientras escucha el discurso y la fuerza de la voz. La peor cara del rock, ésta. Waters –como muchos otros, pero queremos nombrarlo especialmente a él: Ian Curtis- sintió en su momento la incomprensión o la sordera parcial de su público. O el ego de Waters no soportó que la gente lo escuchara como quería, a medias o no. Una escucha otra, no la esperada. Y el hartazgo: el deseo de construir un muro entre la banda y el público.

También, debemos hablar de cómo se manejan los tiempos en el film: el pasado –lejano y cercano- irrumpiendo constantemente en imágenes que marcaron al protagonista. Momentos, hallazgos, traumas, encuentros y desencuentros. Situaciones breves que en el tiempo interior de Pink son horas o días o un todo que estalla en el presente. Irrumpen oleadas de pasado que intentan de alguna manera dar forma al estado del presente. Al ver The Wall, una tras otra se presentan también frente a nuestra mirada que se cansa y se confunde por momentos: el cansancio y la confusión de lo real, que no se puede nombrar. Ese hiato y ese vacío de palabras que significa verdaderamente lo real. Pero las imágenes se imponen, aparecen y no se van, sino que dejan un hálito frío y desconcertante. Probemos con nuestra propia vida: atravesemos nuestro presente con fotos de la infancia –o de más acá- estampadas en la retina y veamos qué es lo que se siente.
La película instala todavía hoy en el cuerpo cierto cosquilleo: las imágenes una tras otra y la música increíble de fondo siendo el texto que oímos –esas poesías son las palabras del film- nos enfrentan a algo que quizá ya estamos pensando, pero siempre nos salpica dudas: ¿cómo habitamos el mundo? ¿Qué muros nos construyeron y qué muros hemos construido nosotrxs mismxs para meternos a reposar del ruido, la violencia y el autoritarismo del exterior? Por último, ¿es necesario un muro? ¿A dónde nos lleva el aislamiento?
La mirada crítica y despabilada sobre lo que nos rodea sigue siendo una salida interesante. El muro, como momentáneo escondite también. O mejor, los rincones: salgamos a buscarlos cuando sintamos que viene otra vez la institución –cualquiera sea- a querer transformarnos en sujetos sujetados. O: escapemos de la pretensión de institucionalizar nuestro deseo. Dejémoslo fluir intentando siempre ser y dejar ser felices a lxs demás. Así son las cosas, una película como ésta y nosotrxs terminamos hablando de felicidad.

Hedwig and the Angry Inch, John Cameron Mitchell. Canadá, Estados Unidos, 2001.
Como no sabemos lo que es el amor, bien puede seguir siendo un mito. Después de todo, aquello que sentimos y llamamos amor, y que más de un guionista ha intentado poner en innumerables palabras en cualquier comedia romántica, sigue siendo un misterio. Un misterio que probablemente no resiste ninguna fundamentación científica. Pero sí muchas historias, películas, cuadros, canciones.
“The origin of love” es un racconto de mitos develados, atrapados y juntados para contar, una vez más, la separación de los hijos de la tierra, del sol y de la luna. Con el ombligo como cicatriz, huella imborrable de la afrenta a los dioses, seguimos buscando a quien nos complete. Según Hedwig, las personas estamos incompletos hasta que encontramos a nuestra otra mitad, la que termina el dibujo.
Hedwig tiene un pedazo enojado. Es trans pero al final de la película se desnudará completamente, incluido ese “disfraz”* que tuvo que cargar para huir de la Berlín del Este en tiempos del muro. Como Pink, Hedwig la artista es hija del muro, sólo que el muro es más una cuestión física de la que anduvo escapando: los muros en “The Wall” son esas corazas ante el sufrimiento del mundo, del sistema, del otro aplastante, que pueden transformarte en un monstruo. Hedwig, sin embargo, es hija de la luz. El muro de Berlín no ha hecho un monstruo de ella sino una luchadora empedernida que aspira al viaje a Estados Unidos en busca de esa tan publicitada libertad. Añora. Busca explicaciones. Mientras que Pink no puede hacerle frente a su pasado y actúa en consecuencia, Hedwig apela a la música para transformarse, liberarse. Tiene un pedazo enojado: antes de casarse con un milico que la liberó de las garras de la Alemania comunista, debió operar el nervio que le molestaba. Pero quedó un pedacito, “para funcionar”. Ese pedacito es el trauma, los traumas: las violaciones que sufrió, el muro, la soledad, la separación amorosa, y mucho más cercano al tiempo de la historia: esos que siempre se van.
Hedwig artista, cantante, compositora, creó a una superestrella que le roba sus canciones. Medio que se enamoró o se enamoró en serio, pero él no pudo soportar su pedazo y la abandonó. Se llevó, claro, sus letras. Lo persigue: está casada con un trans que extraña el aspecto de mujer, y sin embargo persigue al portada de la Rolling Stone, Tommy Gnosis. Frente a sus megashows, ella realiza pequeños conciertos en los que cuenta las historias de su vida (como La Agrado de Almodóvar), un relato que se extiende a lo largo de la película. Finalmente se encuentran, ella pierde sus canciones, pero gana popularidad.
“Hedwig and the angry inch” es un musical teatral de John Cameron Mitchell que él mismo se encargó de adaptar, dirigir y protagonizar para el cine. Su personaje -una trans abatida, cansada, diva, colérica- ve pasar en sus canciones el conjunto de sus propias desdichas, pero también de sus sueños, sueños que tienen la suerte de poder ser animados (y las animaciones acompañan al grito apasionado de la performance de Hedwig). Pareciera que las canciones fueron apareciendo a medida que las fue necesitando, como para soltar ese mal trago que le ha tocado en gracia. Sus shows terminan a los golpes, a los tomatazos, al desprecio hacia una verdadera artista que escribe e interpreta mucho mejor sus canciones que ese invento del mercado que es furor en el mundo. Pero, claro, para el buen samaritano es una obscenidad que “una persona así” esté cantando y contando sus historias.
Entre esas historias, la más bella de todas es una incomprensión en la voz de quien no sabe nada de lo que está repitiendo, que dice “el Ciris” en lugar de “Osiris”. Una incomprensión que lo lleva a perder de vista el espíritu de lo que está profiriendo con su voz. Por eso Hedwig es mejor, aunque tenga que desnudarse para que logren comprenderla. No tiene tetas, es un disfraz, pero aun así no sabe si esa otra parte suya es hombre o mujer o qué. Probablemente, y por ahora, es sus canciones. Al calor dolido de cada letra desnuda su cuerpo, se queda con el pedazo enojado ante el mundo y sigue cantando.
Hedwig, a diferencia de Pink, es una performer que interpreta con pasión las historias del pasado que la agobian. Ha sufrido el muro, ese muro que seguramente sirvió de referente para el álbum conceptual de Floyd que después diría otra cosa. Pero, ¿cómo encontrar el amor? ¿Cómo superar el amor? ¿Cuál es el origen del amor? No las únicas, pero las mejores respuestas se han vuelto canciones.

 * Es difícil la definición porque Hedwig está operada de los genitales, pero no se hizo las tetas, y al final de la película termina quitándose ese “disfraz”, como ella misma lo llama en alguna ocasión. Pero pareciera que la operación es algo más que un trámite para salir de Berlín del Este: la madre ya lo estuvo pensando, y una vez operada Hedwig se mantiene trans hasta que la situación colapsa. Definitivamente no es una transformista, porque no se viste para el show. El conflicto sexual también está presente en su pareja, un trans que a escondidas se pone sus pelucas. Así que la obra misma plantea el dilema. Aunque las definiciones, en su afán de encasillar, terminan de quitarle valor a las verdaderas discusiones, que en este caso es la vida personal de estos personajes. Toda búsqueda de definición de este tipo debe hacerse con el completo respeto del otrx, y no malintencionadamente.

Discos que se convirtieron en películas

Desde las películas que acompañaron a los discos de Elvis Presley, hasta la visión de Alan Parker con su “Pink Floyd – The Wall”, en esta lista recorreremos discos que inspiraron películas, o que anduvieron haciéndose compañía en su comercialización:

  • “Love me tender” de Robert Webb fue el primer film que protagonizó Elvis Presley, y desde entonces se repitió el a hard days nightmismo esquema: compusieron canciones que Elvis grabó para el film, y los EPs se vendieron en paralelo con el estreno del film. Lo mismo sucedió con “King Creole”, “G.I. Blues”, “Girl Happy” y “Frankie and Johnny”, entre otras.
  • Los discos “Yellow Submarine”, “Help!” y “A Hard Day’s Night” de The Beatles fueron llevados al cine, y en las tres se ve a los cuatro de Liverpool en acción, incluso en la animada del “Submarino amarillo”. La banda sonora no está completamente compuesta por las canciones de cada álbum, sino que faltan algunas y se agregan títulos de otros discos. “Magical Mystery Tour”, por su parte, es un film de los Beatles cuya banda sonora se comercializó en un EP con el mismo nombre del film.
  • El álbum doble “Quadrophenia” de The Who fue llevado al cine por Franc Roddam, en un film en donde las canciones se ajustan a la trama. La banda sonora de “Quadrophenia” se compone de canciones de otros intérpretes o de otros discos de The Who. Algo parecido sucedió con “Tommy”, la adaptación del disco Purple rain Princehomónimo del grupo llevado al cine por Ken Russell: la banda sonora no está compuesta por todas las canciones del disco, ni suenan las versiones originales, y es la banda conformada por los actores del film la encargada de interpretar los temas de la película.
  • “Purple rain” de Prince fue llevado al cine un mes después de su edición, por el director Albert Magnoli. Prince protagoniza el film que contiene todas las canciones de su disco. Además, forman parte de la banda sonora canciones de The time y Dez Dickerson.
  • “The Wall” de Pink Floyd es el caso más conocido de esta lista, y el más emblemático. Adaptado por el cineasta Alan Parker en 1982, en “Pink Floyd – The Wall” suenan todas las canciones del álbum de Pink Floyd, y se añaden dos temas: “When the Tigers Broke Free” y “What Shall We Do Now”.

Clare Torry, la voz detrás de “The great gig in the sky”

The dark side of the moon
“Dark Side of the Moon” (1973), de Pink Floyd es un disco enorme y hermoso, cuya importancia es difícil de exagerar… tanto se ha hablado y tanto se seguirá hablando de esta obra, y bien que lo merece.
Sergio Pujol en el libro “Las ideas del rock” (2007) enumera algunos puntos que hicieron de “El lado oscuro de la luna”, una leyenda. Es, principalmente, un breve anecdotario tecnológico:
Las interminables sesiones en Abbey Road con el trabajo puntilloso del técnico Alan Parsons; los sintetizadores y cintas sin fin; el intento –finalmente desechado por EMI- de un sonido cuadrafónico; el registro en 24 canales; y –lo que realmente nos ocupa en este post- la voz de Clare Torry que muchos creyeron sintetizada en un principio (por más tonto que suene ahora, mucho se había especulado, ni bien salió el disco, que Pink Floyd tenía una supuesta máquina que cantaba como una bella mujer en “El gran baile en el cielo”, la canción más erótica de los 70). Aquí nos detenemos.
“The Great Gig in the Sky” es una pieza de piano, cuya autoría le pertenece a Richard Wright. La banda necesitaba una pieza instrumental de unos 5 minutos para completar el lado uno de “El lado oscuro de la luna”, y Rick Wright compuso esta belleza, sentado en su piano. La idea de la voz femenina surgió después. El productor Alan Parsons conocía a Clare Torry y se la recomendó a la banda, y lo que ella básicamente hizo fue ¡improvisar durante la mezcla! ¡Una locura! Contó hace algunos años Rick Wright: “Sabíamos lo que queríamos pero no teníamos clara la música. Pero queríamos que alguien improvisara con esa pieza. Por ejemplo le decíamos: ‘Pensá en la muerte o algo horrible y cantá’. En mi recuerdo ella entró en el estudio y no tardó en salir. Salió, se disculpó y dijo que se avergonzaba. Y eso que a nosotros nos encantó”.

En suma, la guitarra de Gilmour, los teclados de Wright y la voz de Clare Torry lograron un efecto realmente conmovedor que, aún después de haber escuchado esta pieza tantas veces, sigue logrando que nos emocionemos.
Clare Torry
Ahora bien, para muchos, la mujer que canta fue siempre un gran enigma. ¿Cómo es que después de estremecer al mundo con esta grabación, no tuvo una carrera brillante? En líneas generales pareciera que se la tragó la tierra… Pero, aquellos fanáticos de la obra de Floyd es probable que a lo largo de todos estos años se hayan ocupado de seguirle el rastro a Clare Torry como lo hicimos nosotros.
Digamos que es una mujer blanca -hermosa mujer-, que tiene su página en Facebook. Por una cuestión de coquetería no publica su edad, pero ya pasó la barrera de los 60 años. Empezó cantando covers a fines de los 60 y fue así que la conoció Alan Parsons. De ahí en más se dedicó a ser una cantante de sesión. Trabajaba para quien la llamara, y grababa. De hecho así fue que se dio su trabajo con Pink Floyd. En los 90, en la versión Gilmour de Floyd, participó del famoso concierto en Knebworth, siendo esa una de sus presentaciones en vivo más destacadas.

Grabó con muchos y variados músicos, como Olivia Newton-John, o ex miembros de Procol Harum. También cantó en algunas cortinas para la televisión británica, pero nunca desarrolló una carrera por sí misma. En 2004 le ganó a la banda un juicio por derechos de autor, así que ahora se lleva regalías por la canción que la hizo conocida, “The Great Gig in the Sky”.
A continuación, algunas de sus participaciones más destacadas… ¿Qué hizo en todo este tiempo Clare Torry?:

  • Año 1979, voz líder en la canción “Don’t Hold Back”, del disco “Eve” de Alan Parsons Project.
  • 1984: disco “Waking Up With the House on Fire”, de Culture Club. La canción es “The war song”, un gran hit de la banda. Si alguna vez tuviste la impresión de que la voz femenina era demasiado similar a la de aquella del disco de Pink Floyd, lo confirmamos por más doloroso que sea: es Clare Torry.
  • Año 1985: aquí tenemos una grabación también muy parecida a lo que hace en “The Great Gig in the Sky”, con una atmósfera bastante densa también. Se trata de su participación en el álbum Le Parc, de la banda Tangerine Dream, en la canción “Yellowstone Park”.
  • Hay muchas otras grabaciones y colaboraciones que podríamos agregar a la lista, pero, para no hacerlo tan largo, nos pareció que la mejor manera de terminar este artículo sería cerrar el círculo con Clare Torry participando en el disco solista de Roger Waters, “Radio K.A.O.S.”, de 1987, en el que ella le puso su voz a las canciones “Home” y “Four Minutes”.

Textos literarios 02/08/2014-30/08/2014

Quinta entrega de algunos de los textos literarios que compartimos en “Los caprichos de Julie Delpy” por MQC Radio.

02 de agosto de 2014 – Programa 20

Fragmento de «Diccionario del Nuevo Orden Mundial» de Eduardo Galeano (interviniendo «Money» de Pink Floyd).140802

(Imprescindible en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero).
consumo, sociedad de. Prodigioso envase lleno de nada. Invención de alto valor científico, que permite suprimir las necesidades reales, mediante la oportuna imposición de necesidades artificiales.
deuda externa. Compromiso que cada latinoamericano contrae al nacer, por la módica suma de 2 000 dólares, para financiar el garrote con el que será golpeado.
intercambio. Mecanismo que permite a los países pobres pagar cuando compran y cuando venden también. Una computadora cuesta, hoy día, tres veces más café y cuatro veces más cacao que hace cinco años (Banco Mundial, cifras de 1991).
mercado. Lugar donde se fija el precio de la gente y otras mercancías.
privatización. Transacción mediante la cual el Estado argentino pasa a ser propiedad del Estado español.
veneno. Sustancia que actualmente predomina en el aire, el agua, la. tierra y el alma.


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09 de agosto de 2014 – Programa 21

«Laberintos» de Mario Benedetti140809

De todos los laberintos el mejor
es el que no conduce a nada
y ni siquiera va sembrando indicios
ya que aquellos otros
esos pocos que llevan a alguna parte
siempre terminan en la fosa común

así que lo mejor es continuar vagando
entre ángulos rectos y mixtilíneos
pasadizos curvos o sinuosos
meandros existenciales / doctrinas en zigzag
remansos del amor / veredas del desquite
en obstinada búsqueda de lo inhallable

y si en algún momento se avizora
la salida prevista o imprevista
lo más aconsejable es retroceder
y meterse de nuevo y de lleno
en el dédalo que es nuestro refugio

después de todo el laberinto es
una forma relativamente amena
de aplazar cualquier postrimería


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16 de agosto de 2014 – Programa 22

“Lo que nos pasa” de Carina Radilov.140816

¿nos reconoce la tierra?

no somos agricultores
nada nos dicen las estaciones,
las fases de la luna, las langostas ni los horneros.

¿qué deseamos, si no es el llamado del viento?

pisamos las veredas
con los pies turbios, los ojos espesos
la voz curtida

tenemos empleo pero no somos empleados

no hay consuelo
no hay misterios
no hay destellos

¿dónde quedaremos?

en los asientos ahuecados, sin huevos,
nuestras marcas serán tatuajes de agua

¿llamaremos con los muñones, desde los tallos
tibios, recostados sobre la tierra?

mientras esperamos,
pulimos los óvulos como piedras del lecho

una verdad muestra su pico duro,
quiere pajitas, palitos, algo de barro

¿haremos nido sobre nuestros muertos?
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23 de agosto de 2014 – Programa 23

Fragmento de «Apostilla» de Fernando Pessoa.140823

¡Aprovechar el tiempo!
Ah, dejadme no aprovechar nada.
¡Ni tiempo, ni ser, ni memorias de tiempo o de ser!…
Dejadme ser una hoja de árbol que cosquillea la brisa,
el polvo de un camino involuntario y solo,
el surco que en el camino deja una rueda mientras no viene otra,
el trompo del niño, que empieza de parar,
que oscila, con el mismo movimiento que la tierra,
y se tambalea, con el mismo movimiento que el alma,
y cae, como caen los dioses, al suelo del Destino.


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30 de agosto de 2014 – Programa 24

«Apunte callejero» de Oliverio Girondo en «Veinte poemas para ser leídos en el tranvía» (entre «Time y «The great gig in the sky» de Pink Floyd).140830

En la terraza de un café hay una familia gris. Pasan unos senos bizcos buscando una sonrisa sobre las mesas. El ruido de los automóviles destiñe las hojas de los árboles. En un quinto piso, alguien se crucifica al abrir de par en par una ventana.
Pienso en donde guardaré los quioscos, los faroles, los transeúntes, que se me entran por las pupilas. Me siento tan llenos que tengo miedo de estallar… Necesitaría dejar algún lastre sobre la vereda…
Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí, y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.


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